La rebelión de los simios
Por
Pablo Vázquez
Un cine como el que se hace actualmente en Norteamérica, tan
volcado en la reconstrucción de las fórmulas del pasado
y en progresiva crisis de proyectos verdaderamente arriesgados, estaba
pidiendo a gritos el triunfo de alguien como Charlie Kaufman. Su obra
como guionista, figura que reivindica con su aparición, es
rebelde y anticomercial, pero a la vez tan sugestiva e innovadora
que es capaz de despertar la curiosidad de las minorías ruidosas.
Sin embargo, la originalidad de sus propuestas puede dejar pasar por
alto, en el típico caso de árboles que impiden ver el
bosque, un minucioso conocimiento de las estructuras y de la composición
de personajes, dentro de unos trabajos que, con todo, resultan por
el momento más frescos que recargados.
Human Nature es el segundo trabajo de Kaufman tras la contundente
Como ser John Malkovich y la tercera que se estrena en carteleras
españolas. Es también la primera película del
realizador Michel Gondry y una oportunidad de lucimiento cuando menos
peculiar para un reparto muy equilibrado, en el que destaca el descubrimiento
de una libidinosa Miranda Otto. Y no, no es una película fácil
ni mucho menos convencional, lo que no quiere decir que no sea divertida.
Se trata de toda una señora exégesis de la libertad
y del buen salvaje a través de los recursos, nunca pasados
de moda, del vodevil tradicional de puertas e infidelidades, en la
que su guionista salta con habilidad pasmosa de Wittgenstein a un
chiste de tetas y de éste a un número musical consiguiendo,
dentro del terreno de las fábulas del estado naturaleza, unir
aparente ligereza de Una auténtica vida de perros
(los numeritos de Rhys Ifans en los restaurantes) con la densidad
de Themroc.
Película tan compacta como libre, producto extraño
de explosión creativa controlada, Human Nature establece
finalmente una apología intencionadamente cínica de
las cosas auténticas y bonitas de la vida (el vello corporal,
los baños de heces, la masturbación compulsiva) condenando
el carácter represivo de la civilización moderna.
Puede que algún día Kaufman, tal como él mismo
da a entender en la todavía brillante Adaptation,
quede definitivamente atrapado dentro de su universo y sus ambiciones.
Razón de más para apreciar en su justa medida estas
obras en las que continúa haciendo equilibrio en la cuerda
floja como un funambulista esquizofrénico.
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