El arte de la sugerencia

Por José Antonio Chaves

El hecho de que títulos tan representativos del fantastico japonés (u oriental) como The Eye o Dark Water hayan logrado introducirse en nuestras carteleras responde, entre otras razones, al éxito internacional de The Ring y su remake norteamericano. No obstante, este reciente fenómeno de apertura al denominado cine oriental quizás siente un precedente hace algunos años, cuando a finales de la década de los ochenta, en el Festival de Cine de Berlín se concedió el Oso de Oro a Sorgo rojo, un filme chino dirigido por un hasta entonces desconocido Zhang Yimou. La concesión de este premio a la ópera prima de Yimou pudo ser el origen del “boom” que hoy experimenta la cinematografía asiática, pero de lo que no cabe ninguna duda es que aquel fallo supuso el descubrimiento de una de las personalidades más interesantes que existen dentro del panorama cinematográfico actual.

A través de una larga hilera de títulos entre los que figuran Judou, Linterna Roja, ¡Vivir! o Ni uno menos, Zhang Yimou ha ido perfilando un estilo basado en la plasticidad de sus imágenes, la importancia de la luz y el color, la expresividad de su puesta en escena o los esfuerzos por controlar el sentido dramático de sus historias. En su continua indagación en los recursos específicamente fílmicos, Yimou nos ha ido dejando un reguero de secuencias memorables (de las que aquí no haremos acopio por cuestiones de espacio), por lo que no es de extrañar que cada vez que se produce un estreno suyo sea acogido con expectación por parte de los aficionados al séptimo arte.

Tras su nominación a los Oscars en la categoría de Mejor película de habla no inglesa, por fin nos llega Hero, el relato épico de una leyenda en torno a la unificación de China que tiene el (dudoso) honor de haberse convertido en el filme más caro de la historia del cine chino y, en consecuencia, de la filmografía de Yimou. Su estética, esa combinatoria de una base argumental fantástico-mitológica y artes marciales, remite directamente al Tigre y Dragón de Ang Lee, pese a que a lo largo de su metraje hemos encontrado una serie de variantes que las distingue.

Precisamente esas diferencias radican en el estilo, puesto que si en Tigre y Dragón podíamos encontrar algunas constantes de filmes anteriores de su director, en Hero ocurre algo similar. El peculiar uso que se hace de color en las diferentes escenas (por ejemplo, en aquel flashback en que el amante despechado que interpreta Tony Leung se enfunda bajo las sábanas con su alumna) nos lleva a considerar la aplicación de la plastic expression de la que hablaban algunos estudiosos del cineasta. Fuera aparte de dotar de una gran belleza estética a las imágenes (sólo hay que reparar en los hermosos contrates que albergan determinados encuadres), el color juega una importante función simbólica. La mayor parte de los significados que origine estarán velados para el espectador occidental, al cual le resultarán indescifrables las continuas alusiones a la escritura y la cultura china. No obstante, ello no merma un ápice el disfrute de Hero como lo que es, un ameno y deslumbrante espectáculo visual.

Más descuidado está el trabajo de los personajes, carentes de profundidad e inmersos en relaciones apenas esbozadas. Pero cabe preguntarse si de verdad una película como ésta, de magnífica factura y sin más pretensiones que entretener, lo requiere, o si ello no forma parte del arte de la sugerencia que su director practica. Yimou tiene el don de crear imágenes abiertas a posibles lecturas, lo que las confiere de un particular halo de riqueza. ¿No ocurre eso mismo con el gesto final de rey Zheng? ¿O con el de los enamorados? El autor de títulos como ¡Vivir! o Ni uno menos posee obras de mayor enjundia artística que Hero, pero nunca está de mal si esta última sirve para hacer llegar al gran público a un autor tan interesante como es Yimou.

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