Siempre nos quedará Montauk
Por
Susana López Rubio
Decir a estas alturas que Charlie Kaufman es uno de los guionistas más originales, innovadores, arriesgados –bla, bla, bla- de un Hollywood alarmantemente disecado, no es que sea ninguna novedad. Servidora, como fan acérrima de Kaufman y seguidora de su filmografía, entré en el cine para ver su última criatura convencida de que Olvídate de mí sería original (recordemos Como ser John Malkovich) innovadora (no hay mas que ver Adaptation) y arriesgada (a Confesiones de una mente peligrosa me remito).
Acerté. Original, innovadora y arriesgada. Pero lo que de verdad no me esperaba es Olvídate de mi fuera tan bonita, emocionante y romántica. Se me hace raro escribir adjetivos tan de toda la vida para describir un film que va tan de puntero (no olvidemos que Michel Gondry, curtido en el elitista planeta del videoclip, firma la dirección) pero es que esta pseudo-Casablanca posmoderna emocionará a cualquiera con un mínimo de sangre en las venas.
La formula mágica es que la película tiene fondo. Una historia que hace las veces de esqueleto suficientemente fuerte como para aguantar las virguerías visuales y excesos estéticos que forman la película. Escenas como la de Joel y Clementine corriendo por una estación de tren mientras la gente desaparece a su alrededor son auténticos caramelos para las pupilas, pero si además, como en este caso, están alicatando la historia y no al revés, se convierten en metáforas en vez de en fuegos artificiales gratuitos. Comedia romántica para freakies que piensan que están por encima de las comedias románticas, Olvídate de mi también cuenta con unos actores en estado de gracia (Winslet reluce y Carrey purga… ejem… casi purga los pecados de su filmografía) arropados por unos secundarios con pedigrí.
Puestos a sacar las cosquillas, lo peor de Olvídate de mi probablemente serán las copias (u homenajes, si nos ponemos finos) que sin duda vendrán y que todas estas películas “de culto” provocan. No hay más que fijarse en Tarantino. Sus películas son maravillosas y los films de la manada de directores que le imitan no sirven ni de carne de videoclub. Vaticino que con Gondry y Kaufman no tardará en pasar lo mismo. Hipnotizados por una historia “ingeniosa” y un estilo visual “cañero” no faltarán imitadores que obvien el hecho de que, con el cine arriesgado, no hay medias tintas. O se es muy bueno o el ridículo espera con los brazos abiertos. Como sabiamente nos decían en el circo “niños, no intentéis hacer esto en casa, que es cosa de profesionales”.
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