Portentosa Imelda
Por
Antonio Ruiz Valdivia
Tiene la habilidad Mike Leigh de revolver las entrañas de la sociedad cada
vez que realiza un largometraje. Su última incursión en la gran pantalla es
El secreto de Vera Drake, una obra madura y de sólido armazón argumental
que confirma a su director como uno de los creadores más interesantes en el
monótono panorama cinematográfico actual. Con pulso firme y la cámara
apuntando directamente a los ojos de sus personajes, lo nuevo del director
de Secretos y mentiras es toda una invitación a la reflexión sobre el
controvertido asunto del aborto.
La cinta nos presenta a una bondadosa madre de familia en constante lucha
por agradar y mejorar la vida de los que la rodean, una especie de Madre
Teresa de Calcuta transportada a un grisáceo barrio británico de la década
de los cincuenta. Todo en ella es ayuda, humanidad y compasión. Su extrema
dedicación a los demás tiene su vertiente más delicada en su oculta faceta
de interruptora ilegal de embarazos. Aquí radica la fuerza del filme, en
mantener la balanza equilibrada y no decantarse por una visión a favor o en
contra de los actos de la protagonista, los fotogramas se convierten en
vehículo para el debate. No hay sentencias, sino preguntas lanzadas al aire
al espectador.
La pantalla se convierte a su vez en la radiografía de la Gran Bretaña de la
posguerra y la crudeza cotidiana de la clase obrera. Vera limpia las
chimeneas y alfombras de la clase pudiente, aquella cuyas hijas abortan
silenciosamente en hospitales de estancias impolutas. Dos realidades que se
cruzan y se miran con recelo, por un lado, jóvenes que evitan sus problemas
a base de libras y alegaciones psicológicas y, por otro, emigrantes
jamaicanas y mujeres al cargo de familias numerosas que recurren al poco
ortodoxo método de la pera y el jabón rayado.
La mayor baza del largometraje para incrustarse en la mente de los que
pueblan las butacas es la conseguida sensación de realidad. Imelda Stauton
imparte toda una lección de interpretación con nota de sobresaliente, digna
de ser estudiada y analizada por toda aspirante a actriz que se precie.
Junto a ella aparece un reparto totalmente convincente, que sin ningún tipo
de estridencias realizan un trabajo impecable. Mención especial merecen Alex
Kelly ( Ethel) y Eddie Marsan ( Reg) cuyas intervenciones piden a gritos ser
consideradas como los momentos tragicómicos más divertidos y esperpénticos
de lo que va de año.
En este filme no hay espacio para las lágrimas fáciles ni para los
parlamentos épicos judiciales que tanto gustan al cine de los grandes
estudios. Dejen los kleenex y las pancartas en sus casas y acérquense desde
la sencillez y austeridad a esta historia. Descubrirán que lo mejor viene
después, hacía tiempo que una película no provocaba conversaciones tan
estimulantes tras su proyección. Un logro del inquieto Mike Leigh
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