Poema de amor
Por
Antonio Ruiz Valdivia
Hace tres años, Jean Pierre Jeunet revolucionó el panorama cinematográfico con su deliciosa comedia parisina Amelie. Volver a la gran pantalla tras tal éxito no es tarea fácil, pero el director con mano firme ha vuelto a rodar una historia sobrecogedora y más ambiciosa que su anterior proyecto. Francia, I Guerra Mundial, dos amantes separados… lo que parece abocado a convertirse en un telefilme sensiblero histórico de la BBC, se erige como una auténtica oda al amor sin trampas, donde no se busca la compasión sino la complicidad. El espectador se convierte en cómplice de la causa de Mathilde, encontrar a su desaparecido prometido en el frente, cuál Penélope en una Odisea en la campiña gala.
Audrey Tautou encabeza el reparto de esta producción cuyo presupuesto ronda los 50 millones de euros. Esta actriz cuenta con la capacidad de decir mucho sin mover los labios, casi como si de un mimo se tratase. Su apariencia ingenua y dulce ayuda a remarcar la cara melancólica de la trama pero a la vez consigue personificar el espíritu de la obstinación y de la fuerza a la hora de abordar el trágico destino de Manech. Su búsqueda incansable no es una causa perdida, ella hace comprender a los demás que todavía queda sitio para la esperanza. Le acompañan en el reparto, habituales del cine de Jeunet como Dominique Pinon o Jean Claude-Dreyfus que resuelven sus interpretaciones de manera impecable, al igual que la oscarizada Jodie
Foster, cuya presencia no chirría, sino que se desenvuelve con soltura en
francés y protagoniza algunos de los momentos más intensos del filme.
Uno de los mayores valores de la cinta reside en el magistral uso de la
estética y la perfecta puesta en escena. Nada sobra, todo está medido, cada
movimiento tiene su explicación. El director consigue crear un universo
único, propio, huye del convencional realismo para instalarse en un mundo
que roza la fábula y el cuento. Desde el impecable vestuario a la espléndida
fotografía, pasando por la cuidada dirección artística y la contagiosa banda
sonora, se cuida todo hasta la extenuación. El autor, conocedor del impacto
visual que supone su manera de filmar, juega a alternar planos generales
con primeros planos, entremezclando así el tono épico con el carácter
intimista que quiere imprimirle a la película.
Largo domingo de noviazgo se levanta como una auténtica apología del buen gusto, algunos la tacharán de esteticista y preciosista, pero Jeunet no busca la sangre y no utiliza la cámara en mano para hacer creíble la historia. Su máxima aportación es ser diferente, reinventar el lenguaje
cinematográfico, alejarse de lo establecido a la hora de enfocar e imprimir
su seño personal, porque esta obra es una cinta personal de gran calado
universal.
Comparte este texto: