Inteligente e idiota
Por
Pablo Vázquez
La imposible odisea de dos pijos afectados por el síndrome de Peter Pan y anclados en la coyuntura musical y estética de los años ochenta no podía sino saldarse con una película que creyera únicamente en sí misma y en sus personajes, mostrando un soberano desprecio por la crítica de élite y por todos aquellos que no quisieran entrar en su juego. Afortunadamente, así ha sido: El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo es, también, una película anclada en sí misma, que da vueltas sobre su eje argumental y su repertorio humorístico, en equilibrada coherencia con su propuesta.
La ópera prima de Cavestany y López Lavigne no es, con todo, un producto localista, pues sus fuentes son eminentemente anglosajonas e incluyen tanto a la comedia juvenil perpetrada durante los años ochenta, como al cine de los primeros Farrelly o el vitriólico humor del programa “Saturday Night Live”. Así, mientras que el comienzo remite directamente a Movida en el Roxbury de John Fonteberry, es inevitable pensar en Zoolander en todo lo referente al personaje de Guillermo Toledo. Pero, como en algunas de estas películas, sus realizadores y guionistas no se contentan con plasmar la extravagancia patética de sus personajes, sino que consiguen darles una vuelta agridulce en el tramo final, sin quebrar el tono ni disminuir la pretendida (y, por lo que escuchaba a mi alrededor, conseguida) catarata de risas en la zona de las butacas.
Es en estos momentos cuando El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo se revela como algo más que la estimable pieza de cine popular y descerebrado que nunca deja de ser, permitiendo, de paso, el despliegue estelar de una inspirada Pilar Castro (pobre chica, ahora le ofrecerán papeles con trascendencia y perderá la magia que tiene aquí). Puede resultar osado mentar el nombre de Terry Gilliam (especialmente el universo alucinatorio de El rey pescador), pero no tanto si nos fijamos que estamos frente a la historia de dos parias inconscientes de serlo, que únicamente cumplen su sueño a través de una ilusión, de una mentira, para rebufo de los auténticos canallas.
¿Cuándo reconocerán ciertos sectores de la cinefilia que el humor idiota no sólo es un género noble- tanto como cualquier otro- y un fin en sin mismo, sino además una plataforma excelente para abordar conceptos de alta enjundia, tales como el acoso a lo diferente, o el infierno construido por los otros? Todo esto, eso sí, bajo una edificante capa de pedorretas y eyaculaciones que aliñen y enriquezcan el discurso final, que al menos en este caso, tiene muy poco de idiota.
Comparte este texto: