Se acabó lo que se daba
Por
Carlos Leal
Cuentan de Azorín que, en su época de crítico teatral, cierta vez se limito a consignar sobre un espectáculo: “Ayer se estrenó la obra x en el teatro y. ¿Por qué?”. Viendo la tercera entrega de la nueva trilogía de George Lucas, a uno le dan ganas de seguir la lacónica fórmula del maestro para dar cuenta de la absoluta innecesariedad, de la inutilidad del fastuoso espectáculo puesto en marcha por el director de American Grafitti. ¿Por qué, George? ¿Qué necesidad había de volver a abrir los caminos que tan bien cerrados quedaron en la saga original? Cuesta creer que se trate de una cuestión de dinero, por más que las películas han funcionado notablemente bien en taquilla. En cualquier caso, sólo desde el punto de vista económico el balance es positivo para esta nueva trilogía; desde cualquier otra perspectiva, constituye un rotundo fracaso.
Los tres nuevos episodios nacen alrededor del momento culminante de la mejor película de la saga, El imperio contraataca, aquel en el que Darth Vader descubre a un derrotado Luke Skywalker que él es en realidad su padre. Sin embargo, todo el misterio y la capacidad de evocación proyectados por esta revelación en la trilogía original desembocan en una historia prosaica y no muy interesante, que si para algo sirve es para aclarar algo que, por lo demás, habíamos concluido ya por nuestra cuenta: esencialmente, La guerra de las galaxias no es la historia de la heroicidad de Luke y sus amigos, sino de la redención del caballero renegado Anakin Skywalker.
La venganza de los Sith pone en evidencia el abismo que separa esta nueva trilogía de las tres primeras películas. Si la trilogía original era un claro ejemplo de cine de aventuras, emocionante y divertido, ahora nos encontramos con una tragedia griega (con profecía incluida) que se toma a sí misma demasiado en serio y que, para colmo, incorpora un mensaje terriblemente superficial y previsible en torno a las virtudes de la democracia. Si en Star Wars George Lucas conseguía crear un universo visual apasionante a partir de unos recursos técnicos y económicos limitados y una imaginación desbordante, este nuevo Lucas convertido en pope de la digitalidad cinematográfica abusa hasta la extenuación de los fondos chroma y las imágenes generadas por ordenador. El cineasta que sabía hacer de la escasez virtud, con la llegada de las vacas gordas ha perdido su camino en un universo mitológico autocomplaciente poblado por héroes acartonados y personajes unidimensionales.
Y es que si algo ha demostrado George Lucas con La amenaza fantasma, El ataque de los clones y, particularmente, La venganza de los Sith es su absoluta incapacidad para contar historias con un mínimo de pericia narrativa. El Episodio III se ve con gusto durante las escenas de acción, pero la maquinaria chirría en el momento en el que aparece un diálogo que conlleve alguna tensión dramática. Poco ayuda desde luego la mala interpretación de la gran mayoría del reparto, particularmente desastrosa en el caso del joven Hayden Christensen, que en ningún momento parece capaz de sacar adelante su personaje. De hecho, el mejor de la función con diferencia es Ian McDiarmid, que ya interpretó al emperador Palpatine en El retorno del Jedi.
Así las cosas, lo que se presumía el culmen dramático de la saga se queda en un ejercicio visual más o menos efectivo, nuevo testimonio de la fascinación de George Lucas con las posibilidades de las técnicas digitales en el mundo del cine. En el plano del argumento, el principal interés para los seguidores de la serie pasa por ver cómo Lucas encaja todas las piezas de la trama para justificar la transición hasta la otra trilogía: la conversión de Anakin Skywalker en Darth Vader, la muerte de Padme Amidala y el nacimiento de Luke y Leia... Claro que el interés es sólo para fans de la saga, ya que no emana de la propia película sino que proviene de las semillas plantadas por George Lucas hace más de veinte años. Los no iniciados harán bien en abstenerse.
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