Terapia más que peligrosa
Por
Pablo Vázquez
Después de haber probado las mieles del beneplácito
crítico gracias a la magnífica Punch-drunk love de Paul
Thomas Anderson, Adam Sandler puede estar orgulloso de no haberse
vendido ni traicionado a su cada vez más numeroso séquito de
fieles. Ejecutivo agresivo es otro exponente de la fórmula
cultivada desde que Billy Madison supusiera un inesperado
éxito en EEUU, sólo que esta vez la jugada ha salido, no sé
bien si por constancia o por aprendizaje, completamente redonda.
Con nuevo guionista y sin la complicidad de su hasta ahora
inseparable Tim Herlithy (que sigue compartiendo tareas de producción
ejecutiva), la película nos presenta al Sandler más clásico
y a la vez más irrespetuoso e inconformista, sin caer en el
exceso de Little Nicky pero esquivando del mismo modo
el enfoque romántico de El chico ideal o Mr Deeds.
Por tanto, nos encontramos ante un verdadero festín para sus
habituales fans, pero también para los buenos degustadores (todos)
de material humorístico de primera categoría.
El punto de partida es simple: Sandler es un
ejecutivo aparentemente normal pero lleno de traumas que es
obligado por la ley a recibir asistencia de un terapeuta de
métodos un tanto peculiares, interpretado por un Jack Nicholson
que hace del exceso su tarjeta humorística. No sólo el dúo cumple
con una química desternillante, sino que la película resultante
funciona en todo momento con un sentido del timing y del desarrollo
narrativo en verdad encomiable, revelando su rotunda eficacia
desde los primeros minutos, en uno de los prólogos más divertidos
del cine reciente. Acompañan a la extraña pareja una galería
de secundarios de lujo; desde una luminosa Marisa Tomei felizmente
recuperada (tarde o temprano acabaría trabajando en una comedia
de Sandler, lo veíamos venir) a las apariciones sin desperdicio
de Heather Graham, John C. Reilly, Woody Harrelson o Luis Guzmán,
sin olvidar a un John Turturro en un registro similar al de
Lío en la Habana.
Ejecutivo agresivo acaba siendo, en un
país todavía víctima de la paranoia post-11S (mención incluida)
y gobernado por la dictadura del miedo, una crítica más sangrante
de lo que parece a simple vista -o de lo que astutamente aparenta
ser-, además de una orgullosa apología de la disfuncionalidad
tan honesta como Gente loca de Tony Bill, que desdibuja
y confunde a su antojo, tal y como ocurre en la realidad, los
conceptos de locura y cordura, normalidad y anormalidad.
Sin embargo, lo que hace de Ejecutivo agresivo una comedia
globalmente más inspirada que Una terapia peligrosa de
Harold Ramis, es la condición de su cómico estrella de hábil
prestidigitador del engaño y la paradoja. No es tarea fácil
conseguir un tono familiar que funcione, a través de los clásicos
mecanismos de la comedia, como máscara de una auténtica esencia
gamberra (lesbianas, pornografía, violencia callejera, chistes
de gays y otras hierbas parecidas) o un mensaje positivo y vitalista
a partir de un material de derribo compuesto por una exposición
sin pelos en la lengua de las miserias de la naturaleza humana.
Y es que, como las mejores comedias azucaradas, la película
esconde bajo su corteza de buen rollo una visión bastante oscura
sobre el mundo y sus circunstancias. Sandler y los suyos nos
regalan una terapia a golpe de carcajadas que sabe encontrarle
las cosquillas al miedo de nuestros estómagos, no porque pretendan
en serio cambiar el mundo, sino porque encuentran que el sufrimiento,
propio o ajeno, puede ser una excelente excusa para hacer reír.
En el cine, al menos.
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