Las espinas de las rosas
Por
Susana López Rubio
Una chica de diecisiete años, al igual que las flores con las que trabaja, se marchita en un deprimente taller de Colombia, dejándose los dedos para que los estadounidenses reciban sus rosas libres de espinas. Como bien dicen las abuelas, una imagen vale más que mil palabras y la metáfora de comienzo de María llena eres de Gracia es tan simple y efectiva como una patada en el estómago. Porque la cosa va de patadas. Y sobre todo, de estómagos.
El director y guionista Joshua Marston no se anda con tonterías. Con un texto austero y una dirección transparente, sabiamente decide que las circunstancias son suficientemente fuertes como para sostener la película, sin necesidad de mayores alicatados. Por dinero, una adolescente colombiana viaja a Nueva York transportando más de 60 cápsulas de heroína en su estómago. Punto. Tratar de añadir más horror sería como darle una motosierra a Drácula. Me explico: ¿para qué? ¿no basta con que sea Drácula? En este caso, la aparente sencillez de María, llena eres… es la elección perfecta.
Mientras la imagen del corazón dentro de un váter de Negocios sucios aún sigue pululando por la cartelera, esta historia de cómo otra inmigrante se juega el tipo, literalmente, a cambio de una oportunidad no hace sino subrayar que corren malos tiempos cuando hay gente dispuesta a hacer barbaridades con sus cuerpos sólo para cruzar una frontera. Siguiendo con esto, otro acierto de la película es su protagonista. Marston supera la tentación de victimizar a María y -aunque indudablemente se trata de una cordera con piel de loba– también queda bien clarito que nadie ha obligado a la chica a trabajar de “mula”. La ausencia de moralina es refrescante.
Se nota que la debutante Catalina Sandina Moreno tampoco ha perdido el tiempo juzgando a María y se ha dedicado a hacer un trabajo valiente con un personaje en cuyos momentos más jugosos –practicando a controlar las nauseas con uvas, la recogida de equipajes en el aeropuerto- su único cómplice es el espectador.
Respecto al guión, la historia está troceada en tres partes muy definidas. Básicamente, el antes, el durante y el después del viaje. Si he de ser sincera, reconozco que me sorprendió que dicha parte central fuera tan breve. Reconozco que mi lado morboso puede ser más caprichoso que el de la mayoría de los espectadores pero el vuelo en el avión es demasiado corto. O tal vez sea que se me quedó corto. También admito que suelo pecar de glotona con los buenos conflictos y el de una chica encerrada en un avión con una bomba en el estómago no es que sea de los buenos, es que es de los de morderse las uñas hasta los nudillos. Tendrían que haberlo exprimido hasta la última gota.
Es de suponer que cuando termina el peligro en pantalla empieza el peligro en la narración. El fantasma de “vale, la chica ha llegado a EEUU… ¿y ahora que?” Pero lo que se anticipa como un pegote en la historia resulta ser la perla dentro de la ostra. A pesar de enfangarse un poco la trama (¿Cómo es posible que a María no le quite el sueño las represalias que los traficantes podrían emprender contra su familia?), sus primeros pasos en Nueva York son de una sinceridad deliciosa. La sensación de llegar a un país extraño está tan bien plasmada que hasta el acomodador del cine empatiza con la protagonista.
En definitiva, María, llena eres… es una película notable hecha con la cabeza fría y el corazón hirviendo. Un cuento donde la vida y la muerte conviven dentro de María. Una chica con un feto en su útero y 60 cápsulas de heroína en su estómago. Y repito que no es una película de metáforas baratas.
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