Nadando entre tiburones
Por
Carlos Leal
Es caprichoso, irregular e inconstante. Sus películas padecen arritmias incomprensibles, su tono melancólico puede llegar a resultar cargante y su sentido del humor funciona sólo a ratos. Y sí, seguramente recibe más atención de la crítica y el público por ser uno de esos cineastas independientes que película tras película parece destinado a erigirse como el salvador del anquilosado cine de Hollywood, e indefectiblemente se queda justo a punto. Sin embargo, ni sus más acérrimos detractores pueden negar que el cine de Wes Anderson tiene un peculiar encanto y esconde en su interior perlas de enorme brillantez cinematográfica.
Life Aquatic, su último trabajo hasta la fecha, acumula muchas de las virtudes y los defectos que se hacían evidentes en películas como Academia Rushmore o Los Tennenbaum. El argumento es, si cabe, más anecdótico y abstracto; la historia del oceanógrafo Steve Zissou, que parece pero no es del todo Jacques Cousteau, embarcado en un incierto viaje de venganza para asesinar al tiburón leopardo que se comió a su mejor amigo en una expedición anterior. La indefinición genérica llega al extremo en una película que juega a ser una comedia disparatada, un drama familiar y un filme de aventuras, sin terminar de decidirse por una sola carta. Las secuencias de acción, todo sea dicho, merecen un lugar de honor entre las peores rodadas de la historia del cine.
Y a pesar de todo, Life Aquatic tiene aspectos fascinantes. Puntualmente, la trama encuentra buenos momentos de humor absurdo (el hilarante coloquio tras la proyección del documental) e inesperadas explosiones de lirismo (ese batiscafo que lleva un nombre de mujer tachado). El tratamiento de la música es tan brillante como en el resto de la filmografía de Wes Anderson, que en esta ocasión se decanta por clásicos de David Bowie adaptados al portugués por el actor Seu Jorge. Y los fondos marinos imposibles, poblados por pargos fluorescentes y caballitos de mar arcoiris, tienen una belleza hipnótica; ojo, no son digitales, sino que han sido creados en stop-motion por el veterano animador Henry Selick, responsable de la maravillosa Pesadilla antes de Navidad.
Sin embargo, al hacer balance lo cierto es que la película deja en el paladar el regusto amargo de una experiencia cinematográfica insatisfactoria. Los defectos de construcción se hacen evidentes durante la mayor parte del metraje, y el personaje de Steve Zissou no llega a empatizar con el espectador de la misma forma que Royal Tennenbaum en Los Tennenbaum o Max Fischer en Academia Rushmore. Irregular e imperfecta, con todo, Life Aquatic tiene los suficientes elementos de interés como para que conservemos la fe en el cineasta que algún día puede llegar a ser Wes Anderson. Dios está en los detalles.
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