Yo, mí, me, conmigo
Por
Ángel Rojo
Ópera prima, francesa, contenido semiautobiográfico, ambientada en París, un título pretencioso y una protagonista con problemas emocionales. Demasiadas señales de alarma hacían presagiar lo peor para el debut en la dirección de la actriz Valeria Bruni Tedeschi. Y es que el cine del hexágono ya ha dado suficientes ejemplos de primeras películas en las que sus autores confunden originalidad con confusión, virtuosismo con esteticismo, trascendencia con ombliguismo y, sobre todo, cine con psicoanálisis.
El diván también está muy presente en este film aunque con la diferencia de que en esta ocasión el paciente es un sujeto muy interesante de analizar. Federica, la protagonista (interpretada por la propia Tedeschi y alter ego de la misma), tiene problemas para llevar una vida normal. Pertenecer a una familia rica italiana instalada en París y no tener que preocuparse por pagar las facturas a fin de mes no siempre garantiza una estabilidad mental. Si a esto le añadimos antiguos traumas de infancia como el miedo a ser secuestrada por las Brigadas Rojas, amantes que reaparecen en el momento más inoportuno, rivalidades fraternales, infidelidades entre progenitores y el conflicto que supone tener un novio comunista que te avergüenza a cada rato por tu clase social, no es difícil comprender que tal cuadro clínico requiera una terapia cinematográfica de urgencia.
Eso es ante todo este Es más fácil para un camello, una interesante exploración en la que directora y personaje siguen un proceso parecido en busca de una identidad. Federica aún no sabe cuál es su lugar en el mundo y quizá por ello recurre a la recreación imaginaria y naïf de un presente incierto y un pasado difuminado (y que da lugar a las escenas más hilarantes del film, entre las que destaca la hipotética cena entre los secuestradores de Valeria-Federica y su familia), en un intento desesperado por encontrar las claves del enigma. Valeria a su vez va encontrando su voz como autora a medida que se suceden las sesiones de este psicodrama con toques de desencanto cómico. Una voz personalísima pero nada estridente, capaz de combinar tonos profundos y ligeros, tristes y desahogados con pasmosa habilidad y sin carraspeos.
Podríamos hablar de un típico caso de inteligencia creadora pero el inconsciente parece tener parte de culpa en el resultado final. Como si de un arduo camino hacia el autoconocimiento se tratara, Tedeschi arranca suavemente las capas de la cebolla de una personalidad por descubrir, y nos deja asistir a unas conversaciones privadas con su propio yo en las que lo real y lo imaginario, lo cinematográfico y lo biográfico se mezclan sin dejar claras las líneas divisorias. De ahí lo estimulante de la propuesta.
Finalmente la autora gana la carrera a Federica, que en la escena final (planteada como incógnita, como no podía ser de otra manera) sigue sin saber por donde pisar. Valeria sin embargo parece haber encontrado su camino. Al menos narrativamente hablando. Citar a Nani Moretti o Woody Allen como principales inspiradores no sería justo para una directora tan afanada en matar simbólicamente a cualquier padre. Eso sí, seguro que ambos le darían el alta cinematográfica inmediatamente.
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