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Nine Songs

Título

 Nine Songs

Título original
9 Songs
Dirección
Michael Winterbottom
Intérpretes
Kieran O'Brien
Margo Stilley
Huw Bunford
Cian Ciaran
The Dandy Warhols
Año
2004
Guión
Michael Winterbottom

 

Un charco narrativo

Por Susana López Rubio

Domesticados por una cartelera de cine sin estridencias, entre muchos espectadores (entre los que me incluyo, desgraciadamente) está cuajando la fea costumbre de salir del cine y comentar la peli solo durante el trechillo de calle que hay hasta llegar al metro/bar/casa pertinente. Muchos films -ya sean buenos o malos o nos hayan gustado más o menos- no dan para más.

Pues bien, sea buena o mala, te guste más o menos, un punto a favor de Nine Songs es que al salir del cine, cuesta cambiar de tema. Ya sea para ponerla de vuelta y media, defenderla a capa y espada o cotorrear sobre las escenas de sexo, Nine Songs gasta saliva y es más que probable que la hora que el espectador ahorra en metraje (la película dura 69 minutos) la dedique a comentar lo que acaba de ver.

La historia de amor entre Matt y Lisa durante el año que ella pasa en Londres (cama, cama y más cama interrumpida por trozos de conciertos, las nueve canciones del título) demuestra una vez más que el sexo da que hablar. Es polémico. Escandaliza. Vende. Es un cliché muy rancio pero cierto. Resulta tentador detenerse a analizar que hay de incendiario en dos personas haciendo el amor cuando nadie mueve ni una pestaña si una bomba destruye el mundo en el último blockbuster americano de turno, pero vayamos a la pregunta del millón “¿realmente es para tanto?”.

Si hablamos de sexo la respuesta es sí. Pero si hablamos de la historia de una pareja… pues no. Ni de lejos. Confieso que mientras veía la película me convertí en uno de esos personajes de dibujos animados, de los que tienen un angelito sentado en un hombro y un diablillo en el otro.

Por un lado, el diablillo no hacía más que susurrarme que sí, que muy cool los conciertos y muy arty esto del sexo explícito pero la peli es un gran charco narrativo. Que la cosa no avanza, vamos. Por mucho que Winterbottom se las dé de moderno y critique que “¿Por qué no mostrar sexo en una película? Si estás en una historia de amor, haces el amor…” los polvos en el cine no suelen suprimirse por mojigatería sino por estructura. Nadie duda que ver sexo en el cine es muy entretenido pero narrativamente no aporta nada. No hace avanzar la historia. Y con los conciertos pasa exactamente lo mismo.

Así, mientras yo rumiaba sobre todo esto, el angelito de mi otro hombro contraatacó. Alabó la belleza de los tiempos muertos. La originalidad de la propuesta. El cómo precisamente esos grumos en la narración otorgaban a la historia una intimidad especial, haciendo de la pantalla un ojo de cerradura por el que atisbamos autenticas chispas de la cotidianidad de la vida en pareja.

El angelillo ganaba terreno pero entonces pensé que si yo misma me estaba creando conflictos era porque la película no me daba ninguno con el que entretenerme y eso fue la gota que colmó el vaso. Decididamente, las intenciones de hacer un fresco de una relación sentimental no compensan el estancamiento crónico que sufre la historia. Y a eso se le llama una película fallida.

La historia de Matt y Lisa pretenderá ser más real que la de las parejas que normalmente habitan en el celuloide pero también es muy revelador que los momentos más luminosos entre ellos sean los pocos fotogramas en los que no están encamados, metiéndose rayas o viendo conciertos. Matt tirándose de cabeza al mar, Lisa tomando un café en la noche londinense o las conversaciones bobas en el coche son destellos que insuflan más fuerza a la historia y a los personajes que todos los polvos de la cinta juntos. Porque no sólo de sexo, drogas y rock and roll vive el hombre.

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