Sin sentido ni sensibilidad
Por
Juan Antonio Bermúdez
Había expectación por ver qué haría Ang Lee
con la propuesta de adaptación de este clásico cómic de la Marvel.
Y es que el director taiwanés estaba hasta ahora entre esos
pocos elegidos que han sabido aprovecharse de los beneficios
millonarios del cine occidental sin vender el alma al diablo
de Hollywood. Así lo había demostrado en proyectos tan distintos
como Sentido y sensibilidad, La tormenta de hielo
o Tigre y dragón, joyas dispares que reflejan una
exquisita capacidad para infundir estilo personal a los patrones
genéricos.
Pero Hulk era un encargo demasiado pesado, demasiado
obligado a cumplir su destino triunfal de acuerdo a los cánones
no solo argumentales sino también estéticos que anticipan el
taquillazo. Y, si me apuran, me parece que el personaje de la
Marvel también estaba demasiado connotado por su propia naturaleza
naïf, adherida al papel y a los códigos del cómic, pero
muy fácil de traicionar en el artificio cinematográfico.
Lo que ha hecho Lee es partir de una curiosa
refundación de la historieta para contar con una magistral síntesis
los inicios del héroe, su origen y su contexto, y luego derrochar
todo lo que le han permitido (y seguramente conminado a) derrochar
en el desarrollo de distintas aventuras del personaje ya convertido
en La Masa, concebidas como artilugios espectaculares al más
puro estilo del Hollywood's fast food.
Tiene así la película dos registros que se diferencian
bien, aunque a veces se superpongan o se crucen. El de esa mímesis
del cómic, que puede encajarse en unos cortos primeros tres
cuartos de hora muy prometedores, con un uso prodigioso de la
fragmentación de la pantalla en "viñetas" con diferentes encuadres
y puntos de vista. Y el del videojuego frenético y ruidoso que
domina en el resto del metraje, para presentar, mal resumidas,
mal hiladas y mal argumentadas, las peripecias del científico
Bruce Banner metido ya en su verde faena, moviéndose entre maquetas
y efectos digitales sin poder perder su aura de monigote animado.
Y lo que queda por debajo de esta versión de
un cómic con hondas reverberaciones míticas (de Hércules a Frankenstein)
es la aparatosa pero simple exhibición de un forzudo de feria,
vacío y fofo, sin apenas sentido ni sensibilidad.
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