Sobre todo hombres
Por
Alberto Haj-Saleh
Hay veces que el punto de vista desde el que se cuenta una película viene completamente predeterminado por el contexto histórico de la misma, por la gravedad de los acontecimientos que se narran. Sin embargo hay veces que un director escoge intencionadamente el camino más largo y más complicado, renunciando a lo que parece obvio para centrarse en el detalle. Que es lo que hace Xavier Beauvois en De dioses y hombres, película que obtuvo el Gran Premio del Jurado en el pasado festival de Cannes.
La película cuenta la historia de los últimos meses de un grupo de ocho monjes cistercienses franceses, habitantes de un monasterio en pleno Atlas argelino, que a mediados de los años noventa se ven encerrados en plena guerra civil en un territorio controlado por grupos fundamentalistas que desatan su violencia entre la población. Pero a pesar del trasfondo político e histórico de la narración, Beauvois decide centrarse en la parte más humana del conflicto, en esos ocho hombres que en la soledad e intimidad del monasterio se encuentran invadidos por un temor tan lógico y compartido como es el miedo a la muerte.
El director maneja los tiempos con maestría, y durante buen rato del metraje se dedica a enseñarnos con delicadeza y silencio casi documental el día a día del monasterio: los rezos en común, las lecturas recogidas, la labor del viejo médico —único doctor de la zona—, el trabajo en el huerto, la integración en los ritos del pueblo en el que se encuentran... todo ello creando un olor de santidad y una atmósfera divina que rodea a los ocho hombres de dios que viven entre esos muros.
Esa apariencia de santidad se hace añicos con las primeras matanzas y una primera visita de los grupos armados al monasterio en busca de armas; de pronto esos servidores de dios abandonan su aura para convertirse simplemente en hombres que se ven obligados a plantearse su propia fe y su lugar en el mundo. “¿Ser mártires, morir, eso es lo que nos pide dios?” se pregunta constantemente uno de los monjes más jóvenes. Así, la película deja de lado la trama política y se centra en el hombre, que ante la inminencia de la muerte ve flaquear sus convicciones más inamovibles.
Con un reparto asombroso —en particular Lambert Wilson, impresionante en su papel de jefe de la congregación y faro en la tormenta para sus compañeros— Beauvois nos muestra con mimo y respeto la convivencia y la solidaridad, la hermandad más allá de la religión y el miedo en unos hombres de buen corazón que se ven envueltos en una situación extrema. De dioses y hombres es una película espiritual más allá de la propia religión, en el sentido más amplio de la palabra, y deja una huella indeleble en la sensibilidad del espectador. Magnífica.
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