Todos payasos

Por Carlos A. Cabrera

Por fin una película española que toma como telón de fondo la Guerra civil y la Dictadura franquista y que, por una vez, no es más de lo mismo. Vuelve el Álex de la Iglesia gamberro y excesivo de Acción Mutante (1993) o La Comunidad (2000) para hacernos un retrato de nuestras dos Españas, esperpénticas y brutales, en una comedia dramática delirante. Para ello usa el espejo deformante del mundo del circo y nos pinta a todos en la figura de un payaso triste que ha sufrido demasiado como para hacer reír, un payaso tonto carismático y déspota y una bella acróbata atraída por la belleza de una bestia de la que no se atreve a huir.

Si bien esta película no decepcionará a los seguidores de De la Iglesia por su estética grotesca y surrealista, también es cierto que en lo puramente cinematográfico a veces cojea. Es posiblemente menos redonda que La comunidad y, sin duda, menos finamente hilvanada que su reciente encargo Los crímenes de Oxford (2008). Los actores Antonio de la Torre y Sancho Gracia están que se salen, pero el resto de sus compañeros dejan bastante que desear y es que, por muy buen maestro de pista que sea su director, algunos no se saltan muy bien del registro cómico al dramático. Además, a veces parece que la película no avanza y, en general, se hace larga.

En lo puramente técnico, el montaje es a veces apretado, como si se hubiera querido meter demasiados planos en poco espacio, y las secuencias de acción son —sobre todo al principio de la película— bastante confusas. Por si esto fuera poco, la elección de una fotografía digital —posiblemente para abaratar la producción— hace que haya panorámicas y barridos poco nítidos y que la apariencia de la cinta se resienta.

Por otro lado, Balada triste de trompeta tiene algunas cualidades muy de admirar. La primera, como ya he mencionado, que por fin hay cineastas que se atreven a abordar los mismos temas de otra manera y, lo que es más, tratar nuevos temas lejos de lo políticamente correcto y de lo que se supone "subvencionable". Que uno de estos cineastas sea además el actual presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España es una señal de que el cine español no está perdido y que se abre un camino de renovación muy esperado por muchos desde hace tiempo.

Álex de la Iglesia hace además una apuesta por un cine con trasfondo, pero que es también espectacular y que no tiene ningún tipo de complejo a la hora de utilizar las nuevas tecnologías en beneficio de la acción y la emoción de la película, cuya calidad además pasa el examen con muy buena nota.

Pero lo que es verdaderamente muy de agradecer es que por fin se haga una película que trate la Guerra Civil y el Franquismo de una forma no maniquea, y que los españoles nos miremos al espejo de nuestro pasado reciente y veamos las caras monstruosas y deformes de nuestros fantasmas y los osarios donde yacen cráneos de hermanos que murieron enfrentados, juntos por fin, porque como dice el payaso protagonista de esta película "es que la muerte une mucho". Álex de la Iglesia no hace distinciones y nos mete a todos en el mismo saco y ninguno sale bien parado.

Por lo demás, es una película imperfecta, llena de excesos y también de guiños y homenajes no del todo bien integrados en la historia, con una trama y un significado que posiblemente resulten oscuros para cualquiera que no haya nacido y vivido en este país nuestro en el que todos somos payasos.

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