Fantasmas de la plácida noche tailandesa
Por
Carlos A. Cabrera
La escasa distribución que ciertas películas alcanzan en nuestro país nos señala su falta de vocación comercial. El caso de Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, además viene de la mano de la polémica que suscitó su Palma de Oro en la pasada edición del Festival de Cannes, premio que dejó sorprendido y perplejo a un amplio sector de la crítica y el público.
La película fue muy comentada incluso antes de obtener el máximo galardón del festival, por lo impronunciable del nombre de su director y por su trama, que a muchos se les hacía oscura, y que otros tantos calificaron de soporífera. Y es que en Occidente cada vez estamos menos acostumbramos a un cine que se detiene a narrar el paso perezoso de las horas del día. La industria cinematográfica comercial nos tiene habituados a unos ritmos y a un materialismo en el que es difícil encontrar espacio para esto, y mucho menos para el pensamiento mágico y la visión animista de esta película.
Uncle Boonmee... es una cinta a caballo entre la narrativa audiovisual más posmoderna y una tradición budista-animista herida de muerte en nuestros días. Boonmee sufre una deficiencia renal grave y su difunta esposa se le aparece para acompañarle en sus últimos días. Su hijo, desaparecido hace años, regresa en forma de espíritu del bosque para avisarle de que decenas de espíritus hambrientos han percibido que el momento de su partida al más allá está cerca. Pero en esta película la presencia constante de seres sobrenaturales no responde a ningún manido elemento de género, sino a la voluntad de retratar unas creencias, una cultura y una forma de entender la vida y la muerte con un realismo propio de un cuadro costumbrista. Apichatpong Weerasethakul hace que nos suene perfectamente verosímil que Boonmee pregunte a su cuñada si al morir su padre éste regresó para aparecérsele, y que ella le responda de manera directa y sencilla: “No, él no se convirtió en un fantasma”. El universo de Uncle Boonmee… —que es aún, por otro lado, el de la Tailandia actual— es un lugar en el que uno puede decir, como dice Boonmee, que su dolencia renal se debe a su karma “por haber matado a demasiados comunistas” en la guerra y a demasiados bichos en su finca.
Uncle Boonmee... no es una película de consumo fácil ni que podamos ver fuera de las salas de cine, ya que la tentación de ir al frigorífico o de hacer cualquier otra cosa distraería demasiado fácilmente nuestra frágil atención de lo sutil y lo pequeño, de planos en los que sólo escuchamos el sonido de los insectos en la noche tailandesa y observamos cómo la leve brisa agita las frondosas copas de los árboles de la selva. Boonmee afronta con serenidad su tránsito a otra vida con la consciencia de haber vivido muchas otras anteriormente y la certeza ir a encarnarse nuevamente en otro ser. Asistimos a ese tránsito mientras vemos cómo el mundo de los vivos y el de los espíritus se tocan y se confunden.
Hay que reconocer que algunas de sus secuencias nos resultan oscuras y no alcanzamos a comprender lo que quieren decir —como su final, tan desconcertante como intrigante—. Quizá a nosotros, occidentales, nos falte el código necesario para descifrar parte de las intenciones de este film, pero también es cierto que su belleza hipnotiza y su exótico hermetismo inquieta.
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