El lado oscuro del sueño americano
Por
Alberto Haj-Saleh
¿En qué consiste exactamente el tan cacareado “sueño americano”? Durante prácticamente un siglo, el cine hecho en los Estados Unidos nos ha vendido un modelo social idóneo que se alcanza a través de la consecución de ciertos objetivos: los materiales (consigue una casa, un buen coche, televisión por cable, unas vacaciones de vez en cuando); los sentimentales (cásate, ten hijos, edúcalos y que vayan a la universidad, retírate rodeado de nietos); y los sociales (respeto por tu posición, envidia por lo conseguido, estatus vecinal).
Ryan Bingham, el personaje interpretado por George Clooney en Up on the air, es el reverso oscuro de este sueño, el golpe definitivo a las esperanzas del norteamericano medio. Lo es en una doble vertiente: por un lado su trabajo consiste exactamente en arruinar las esperanzas económicas de los empleados de una empresa cuyo jefe no tiene el valor de despedirlos. Él es la persona encargada de mirar a los ojos a un hombre de cincuenta y siete años y decirle con el mayor tacto posible que ha dejado de ser un elemento útil de la sociedad, es decir, el que rompe el “sueño americano” desde sus cimientos: la economía familiar. Pero él también es el ejemplo viviente del éxito alcanzado desde el lado contrario al que aspiran la mayor parte de sus compatriotas. La realidad es que Ryan ha conseguido triunfar en la vida alcanzando la libertad, la cima máxima a la que siempre ha aspirado, y para ello ha dejado en el camino la mayoría elementos “normales” que provocan la felicidad: no tiene coche propio, vive de alquiler en un apartamento semivacío, no tiene pareja ni hijos, apenas tiene contacto con sus hermanas y es esencialmente feliz. Ryan viaja durante trescientos días al año y la sola visión de un aeropuerto es lo que provoca su éxtasis, la cima de sus aspiraciones.
A través de este personaje, Jason Reitman filma durante dos horas una excelente película sobre los matices del cinismo, y lo hace desde un punto de vista muy inteligente: Ryan no es una mala persona, todo lo contrario, su objetivo último es conseguir que las personas a las que él despide no se vengan abajo, logren ver su salida de la empresa como un nuevo comienzo o una nueva oportunidad. Por eso cuando llega la jovencita Natalie (Anna Kendrick) y presenta su visión hipertecnificada y desapegada del trabajo de “despedir a la gente”, Ryan acude a conceptos como “dignidad” o “humanidad”, se aferra al modelo del cuerpo a cuerpo y nosotros espectadores nos sorprendemos al empezar a pensar que el trabajo del protagonista, tal y como está planteado, no es algo tan negativo o rastrero.
El director consigue a través de un guión virtuoso lleno de diálogos brillantes y actores en buena forma -tanto Clooney como Kendrick o la estupenda Vera Farmiga en su rol de “versión femenina de Ryan” están espléndidos en sus papeles- trazar un mapa melancólico de la libertad individual, que, aunque tenga tan buena fama (¿qué hay mejor que ser libres?), presenta también su lado frío y solitario. A pesar de alguna caída del ritmo hacia la mitad de la película y de un par de episodios no demasiado bien llevados (la fiesta en el barco, la boda de su hermana...), el autor de Juno da un paso adelante en su filmografía consiguiendo hacer algo tan complicado como filmar desde el clasicismo una de las historias menos clásicas del cine norteamericano más reciente.
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