En torno a la inteligencia
Por
Carlos Leal
Una cita de Alfred Hitchcock abría la primera película de los hermanos Coen, Sangre fácil: "Es muy difícil, muy doloroso y lleva mucho tiempo matar a alguien". Desde entonces, y ya han pasado más de dos décadas, los Coen llevan contándonos historias de gente corriente arrastrada al mundo del crimen por la avaricia y la estupidez a partes iguales, que no alcanzan a comprender las consecuencias de sus actos. Una misma premisa argumental que ha impulsado por igual comedias negras (El gran Lebowski, The Ladykillers) y dramas violentos –aunque surcados también por una cierta veta cómica–, como las premiadas Fargo y No es país para viejos.
Los protagonistas de Quemar después de leer son dos membrillos a los que su propia idiotez les impide comprender la diferencia entre ser un agente secreto y haber visto un par de películas de James Bond. Tras hallar en el vestuario del gimnasio en el que trabajan un CD con las memorias inéditas de un espía de tercera fila (modélico macguffin que en ningún momento oculta su intrascendencia), Chad y Linda comienzan una absurda peripecia que les lleva primero a chantajear al autor de las memorias –un infeliz con problemas maritales al que acaban de despedir de la CIA–, y más adelante a tratar de venderlas como secretos de estado a la embajada rusa. La mujer del espía, un agente de la ley propenso a los líos de faldas y el dueño del gimnasio –secretamente enamorado de Linda– cierran el intrincado enredo argumental.
Destacan en Quemar después de leer muchas de las virtudes que adornan a las mejores comedias de los Coen, desde un guión inteligente y labrado hasta el mínimo detalle hasta una planificación minuciosa de la puesta en escena que hace de la película un espléndido espectáculo visual. Desde su sillón de directores, Joel y Ethan supervisan con una curiosidad no exenta de cariño como sus personajes corretean sin rumbo de un lado a otro como pollos sin cabeza.
Al final, la confusión se impone y nadie consigue entender la situación, ni siquiera los expertos de la CIA. Y es que, para los Coen, la realidad es imposible de aprehender no por ser demasiado compleja –como lamentaba Kurosawa en Rashomon–, sino al contrario, porque partimos de la falsa premisa de que existe vida inteligente en La Tierra. O, como concluye el visionario Groucho Marx, "este hombre puede parecer un idiota, pero no se engañe, realmente es un idiota".
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