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Zatoichi

Título

 Zatoichi

Título original
Zatôichi
Dirección
Takeshi Kitano
Intérpretes
Takeshi Kitano
Tadanobu Asano
Michiyo Ookusu
Gadarukanaru Taka
Daigorô Tachibana
Año
2003
Guión
Takeshi Kitano
Kan Shimosawa

 

El héroe bipolar

Por Javier Pulido

Takeshi Kitano es como los delanteros en racha. No importa como golpeen el balón, que al final será gol seguro. Y que la grada guarde las pancartas que le reclaman que vuelva al tipo de cine con aroma yakuza por el que alcanzó la fama y el renombre; él ya va por libre. Tras la lírica Dolls, el director, en su primera obra de encargo, rueda su peculiar homenaje al chambara, o “películas de sable”, uno de los géneros por excelencia de la cinematografía japonesa. Desde los años 50 hasta primeros de los 80, esta particular visión de la historia y folkore japonés, en la que conviven samuráis y guerreros de diverso pelaje, ha generado un sinfín de películas, series de televisión y cómics. Uno de los héroes más representativos de este genero sui generis es sin duda Zatoichi. Creación del actor Shintaro Katsu, en colaboración con Kan Shimozawa, nuestro antihéroe es un masajista ciego y vagabundo en el Japón del siglo XIX, que esconde bajo su bastón un temible sable. Sus apariciones en la pantalla grande o por la televisión mezclaban siempre tragedia y comedia, e incorporaban elegantes coreografías en las escenas de lucha.

Claro que hablamos de Kitano, así que no esperen batallas que desafían las leyes de la gravedad, ni lirismo a espuertas como en la magistral/atroz (elijan) Hero. El Zaoitchi compuesto por Kitano bebe más de la tradición picaresca oriental. Se trata de un personaje solitario, un perro que perdió el camino de vuelta a casa porque la lluvia desintegró el orín que le orientaba, un misántropo incapaz de permanecer demasiado tiempo en ningún sitio. Sin moral alguna que no sea la suya propia, el nuevo Zaoitichi lleva al extremo el héroe torpe y altruista que encandiló a varias generaciones. En realidad, no está tan lejos del inolvidable personaje que compuso para Brother, con esos contrapuntos humorísticos a las escenas más dramáticas.

Sin embargo, no deja de tratarse de un remake, y con la mitad del trabajo hecho en lo que se refiere a la construcción del perfil del protagonista, Kitano prefiere explorar al máximo las posibilidades cromáticas y sonoras como pocas veces anteriormente. Aquí predomina el rojo intenso, como color que presagia la catarsis o decide la suerte de los personajes. Concretamente, los combates que libra Zaoitichi son resueltos con golpes bruscos, cortantes, que hacer saltar la sangre a borbotones; Una sangre tratada y exagerada digitalmente para aumentar la sensación de teatralidad. Y es que, de verdad, aquí la historia importa bien poquito. En realidad, la película pide a gritos que no nos la tomemos en serio, y está moteada de geniales momentos de humor, ya se trate de inverosímiles resoluciones de los combates o apariciones de personajes de lo más freak, como el aprendiz de samurai que tiene a bien atravesar la pantalla de cuando en cuando, lanza en ristre. Se trata de un universo impostado, repleto de guerreros alcoholizados, geishas travestidas y casas de juego ad hoc que siempre se encuentra a un paso del absurdo, como en la secuencia en la que unos campesinos marcan con sus azadones el ritmo de una de las piezas de la (hermosa) banda sonora. Como en los teatrillos de marionetas, las certezas nunca son tales y el tono del discurso puede cambiar en cualquier momento.

Kitano se divierte y lo que es mejor, divierte, aunque en ocasiones se relaje tanto que el tiempo narrativo se le vaya de las manos, tan ensimismado como se encuentra con su juguete. Y tan de vuelta de todo se encuentra ya a estas alturas que no le importa incorporar una escena que pondrá de los nervios a sus puristas: un alocado baile, mezcla de tap-dance y teatro tabuki con el que los lugareños celebran la caída de los clanes criminales que les acosan. Zatoichi volverá a dividir a sus seguidores. Desconcertará a quienes esperaban una más obra sobria y contenida y encandilará a los que amaban los excesos de algunos de sus filmes. Quien esto escribe considera que el director ha alcanzado tal nivel de madurez que lo verdaderamente difícil es que dé un traspiés. Y Zaotichi, desde luego, no lo es.

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