El Negro
Por
Carlos Leal
Después de triunfar en todo el mundo con la brillante y negrísima Amores perros, el realizador mexicano Alejandro González Iñárritu se ha decidido a cruzar al otro lado del Río Grande. Y lo ha hecho a su modo, cargando a sus espaldas con todo su equipo (el director de fotografía Rodrigo Prieto, el compositor Gustavo Santaolalla, el guionista Guillermo Arriaga) y con un proyecto propio que no renuncia a las obsesiones universales que recorrían su ópera prima: el dolor, el amor, el miedo, la culpa, el pecado, la redención.
21 gramos es una película dura, sin concesiones, que ahonda en la herida abierta hace tres años por Amores perros. Al igual que entonces, Iñárritu apuesta por una realización de corte naturalista, con la cámara en mano, a ratos descriptiva y a ratos verdadera protagonista de la narración. Y, de nuevo, destaca en 21 gramos el hábil manejo de las líneas temporales y narrativas, que convierten a la película en un verdadero rompecabezas dramático que se compone progresivamente en la mente del espectador.
Descansan las muchas virtudes del filme sobre las interpretaciones cargadas de emoción de su trío protagonista, formado por Sean Penn, Naomi Watts y Benicio del Toro, tres actores en estado de gracia que dotan de la intensidad que necesitan a unos personajes al límite: un ex convicto obsesionado con la religión, un matemático que se debate entre la vida y la muerte tras sufrir un ataque al corazón, una mujer cuya vida se ve trágicamente borrada por un accidente de tráfico. No en vano, los tres fueron premiados en la última edición de la Mostra de Venecia, en la que se presentó el filme, y han recibido sendas nominaciones a los Oscars.
Si hay un pero que ponerle a esta película valiente y admirable es su desenlace algo torpe, basado en un giro final más efectista que efectivo y que no termina de encajar con el resto de las piezas del rompecabezas. En todo caso, dejando a un lado estos titubeos finales lo cierto es que 21 gramos es desde ya uno de los mejores títulos del año, y confirma a Alejandro González Iñárritu como un realizador con una voz y un mundo interior propios, un creador al que habrá que tener muy en cuenta en el futuro.
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