Monstruos frágiles
Por
Carlos Leal
Es ya casi un tópico al hablar de Tim Burton citar su innegable capacidad de integrar sus obsesiones personales en proyectos que apelan al gusto mayoritario del público, y que en consecuencia cuentan con grandes presupuestos y taquillas igualmente abultadas. Con todo, conviene tener presente que, en la perfecta simbiosis industria-autoría que representa el modelo Burton, el director de Eduardo Manostijeras a menudo no es el motor de los proyectos sino el ejecutor que los lleva a término, y que su talento no pasa tanto por generar nuevas ideas como por elegir y adoptar proyectos ajenos e integrarlos en un universo creativo personal fascinante. Ed Wood era un proyecto de los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski que en principio iba a dirigir Michael Lehman, el concepto de Sleepy Hollow lo desarrolló Andrew Kevin Walker, y Big Fish es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Daniel Wallace largamente ambicionada por Hollywood.
El último monstruo en integrarse en el bestiario particular de Tim Burton es Sweeney Todd, la leyenda terrorífica y un tanto bufa de aquel barbero que asesinaba a su clientela y la servía en forma de empanadas de carne para el disfrute de sus conciudadanos. Así enunciado, sin duda parece el material idóneo para que Burton y su troupe, encabezada por los actores Johnny Depp y Helena Bonham Carter, desembarquen en su interior y hagan suyo el proyecto.
Sweeney Todd, en todo caso, no escarba en los orígenes del mito (como sí sucedía, por ejemplo, con la leyenda del jinete sin cabeza en Sleepy Hollow) sino que adapta al cine el musical homónimo desarrollado por el compositor Stephen Sondheim y el escritor Hugh Wheeler, y que desde su estreno hace más de treinta años se ha convertido en todo un clásico de Broadway. Y lo primero que llama la atención del filme es la ortodoxia de su ejecución: Sweeney Todd es ante todo y sobre todo un musical a la antigua usanza, en el que la música rara vez se detiene y las canciones ocupan más de dos terceras partes del metraje.
El estilo visual del filme se ve también en parte contagiado por los códigos del género: la acción se desarrolla en barrocos decorados, los movimientos de cámara buscan la espectacularidad (esos travellings imposibles, esas panorámicas que nos trasportan a nuevos escenarios), el uso de la sangre es casi operístico y los efectos digitales abundan por doquier. Y aunque visualmente Sweeney Todd es una delicia, lo cierto es que la recreación del Londres victoriano que plantea la película deja un cierto regusto a cine ya visto, y remite a otros esfuerzos recientes como Desde el infierno (por cierto, también protagonizada por Johnny Depp).
Y, como también suele suceder en los musicales, el disfrute global de la película está condicionado en buena medida por la apreciación de la banda sonora, que encuentra en Depp y Bonham Carter dos ejecutantes bastante competentes. Por contra, la narración está bastante trabada, la construcción de los personajes resulta deficiente e incluso el humor macabro de Burton parece en esta ocasión algo menos ingenioso.
Con todo, resulta imposible no reconocer bajo la voz impostada de Sweeney Todd al mismo narrador que nos contó el drama privado de Edward D. Wood Jr., el peor director de la historia del cine. Y, bajo la careta del barbero asesino, otro monstruo trágico y frágil (otro Eduardo Manostijeras, Jack Skellington, Willy Wonka), al que es imposible no querer.
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