Zapato francés
Por
Pablo Matilla
En junio de 1940, ministros, periodistas, alta burguesía, bellas mujeres y espías coinciden en el hotel Splendide de Burdeos, huyendo de la inminente entrada de las tropas alemanas en París. Un escenario y circunstancias idóneos para una comedia acelerada como Bon Voyage.
El director Jean-Paul Rappeneau fue testigo de niño de este momento histórico en el que la vieja República Francesa se vio abrumada y se sintió débil ante la bulliciosa Alemania nazi. El miedo y la debilidad es seña de identidad en los protagonistas de Bon Voyage. Cada uno al nivel de su estrato social, pero es ése miedo el que desemboca todos los acontecimientos narrados.
Bon Voyagese articula en forma de comedia, pero de igual modo podría haberse planteado como un film de intriga histórica, ya que contiene los elementos suficientes para crear una gran película de ese género. Hasta cierto punto, esa intencionalidad cómica quita fuerza a una película que a ratos es realmente divertida, pero a la vez le lastra otros momentos de forzada comicidad.
El film de Jean-Paul Rappeneau, pese a no tratarse de una obra maestra, atesora demasiados logros como para pasar inadvertida. Un reparto estelar en estado de gracia, una fotografía brillante y una factura en general que poco tiene que envidiar a las grandes producciones americanas. Sólo cabe esperar su justa nominación al Óscar y que Zapatero instaure de una vez el modelo francés en nuestra cinematografía.
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