Camarero, hay una mosca en mi sopa...
Por
Ana Rodríguez García
Siguiendo la estela de los documentales con mensaje moralizante de Michael Moore, del ejercicio kamikaze que con Super Size Me (2004) llevó a cabo Morgan Spurlok, o más recientemente, de Gracias por fumar (Jasón Reitman, 2005), otra obra de ficción que también invitaba a la reflexión, el director Richard Linklater aborda de forma crítica en su última película algunos de los aspectos más preocupantes de la tan temida globalización. En la sociedad de consumo salvaje en que habitamos, todo vale con tal de conseguir unos céntimos más por producto vendido. Sean estos productos hamburguesas, cigarrillos o tanques, eso es lo de menos.
La todopoderosa máquina de la producción mercantil americana está aquí representada por cada uno de los diversos engranajes que conforman, en este caso, la multinacional alimentaria de comida rápida Mickey’s: Desde los altos ejecutivos, preocupados únicamente por las deshumanizadoras cifras y el merchandising, pasando por los trabajadores inmigrantes, quienes, dada su condición de sin papeles, realizan las labores más ingratas de la cadena de trabajo. Así, llegamos hasta el último eslabón, el que corresponde al americano medio, consumidor diario de comida basura y víctima ignorante de todo tipo de negligencias de carácter mercantil que ponen de manifiesto que, en este contexto, la salud del cliente poco o nada importa.
Fast Food Nation (2006) ficcionaliza el trabajo de investigación periodística llevado a cabo por Eric Schlosser en el bestseller homónimo, con la intención de tomar partido, de convertirse en el reflejo de la situación real de un país alienado. Realidades tales como el paso ilegal de inmigrantes mexicanos a través del desierto, las mafias que lo organizan, o la inevitable presencia policial dentro de las escuelas, ocupan también un papel destacado en el filme.
Para adaptar la obra, Linklater ha optado por un planteamiento ciertamente ambicioso, abarcando todos estos corruptos aspectos de la sociedad yankee en un guión coral de historias aparentemente cruzadas, con un marcado trasfondo político. La presencia fugaz de tantas estrellas en el reparto no deja de ser otro atractivo para la cinta. Habituales como Ethan Hawke y Greg Kinnear, pesos pesados como Bruce Willis, Patricia Arquette, Kris Kristofferson, o la latina Catalina Sandino Moreno, por citar a algunos de los más conocidos. El resultado, una estructura de gran complejidad, en la que intervienen tantos personajes que, en ocasiones, cabe preguntarse si realmente aportan algo al conjunto, o si hubiera sido preferible ceñirse sólo a unos pocos caracteres, pero mejor perfilados. Porque el que mucho abarca, poco aprieta.
Por este motivo, se añora en Fast Food Nation el peculiar estilo narrativo que el realizador ha demostrado tener para las historias de personajes, un estilo construido a base de sencillos pero brillantes e imaginativos diálogos que conseguían acaparar desde el primer minuto de metraje la atención del espectador. Cierto tono intimista caracterizaba algunas de sus obras, como Antes del amanecer (1995), Tape (2001), o Antes del atardecer (2004), en las que el público era testigo, cómplice del encuentro casual de dos o tres personajes a los que acompañaba a lo largo del breve período de tiempo en el que transcurre una conversación. Situaciones que parecían fruto de la casualidad, dada la espontaneidad de los intérpretes a la hora de afrontar un guión dramático (en el sentido teatral del término), pero que se trasladaban a la pantalla con toda naturalidad, ficción cinematográfica casi improvisada. Quizá sea ésta la verdadera aportación de un director con una trayectoria hasta la fecha difícil de etiquetar, al que se le augura un futuro más que prometedor. Linklater se atreve con todos los géneros, desde originales incursiones en la ciencia ficción, como Waking Life (2001) o la reciente A Scanner Darkly (2006), hasta alguna que otra concesión a la industria del entretenimiento que eventualmente se permite, caso de la comedia Escuela de Rock (2003). Fast Food Nation supone el acercamiento a un género de cine militante, comprometido, aquél que pretende remover conciencias, pero que apenas consigue transmitir su bienintencionado mensaje entre unos pocos espectadores. El resto, acabada la proyección, irá directo a cenar al McDonalds. Que aproveche.
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