A vueltas con los setenta
Por
Sergio Vargas
Ridley Scott demostró
en sus comienzos ser capaz de lo mejor (Blade Runner, Alien,
el octavo pasajero, Los duelistas) y más adelante también
de lo peor (Legend, La teniente O’Neil, o Un buen
año según dicen, reconozco que no la vi),
pero si hubiese que hacer un balance global saldría positivo, pues
también es autor de estimables películas como Black Hawk derribado,
Gladiator, El reino de los cielos, Thelma y
Louise, Black Rain o La sombra del testigo, productos
comerciales que dejan entrever a un director no excesivamente personal,
pero sí con el suficiente oficio y talento para sacar adelante películas
de envergadura, con grandes presupuestos y rostros conocidos, películas
que hacen caja y a la vez destilan calidad.
Y sí, todo esto y más
se puede decir de American Gangster, filme que nos narra paralelamente
las historias de Frank Lucas y de Richie Roberts, un mafioso y el policía
que se interpondrá en su camino, en los turbulentos EE.UU. de la guerra
de Vietnam. Denzel Washington, aunque tal vez algo sobreactuado, lo
que probablemente redunde en su favor en la carrera de los oscar, funciona
bien como capo (un capo no italiano y, de hecho, negro) de la droga,
y nos regala un par de momentos (el 20% que le da a Tango y los “aporreos”
en el piano) que recuerdan al Joe Pesci más desquiciado de las películas
de mafiosos de Scorsese. Russell Crowe, un actor cada vez más desperdiciado,
se limita una vez más a hacer su papel de bueno, el poli incorruptible
(entrega un millón de dólares que encuentra en un maletero) y buen
padre (renuncia a la custodia de su querido hijo por temor a que le
pueda pasar algo malo), en una actuación que cumple sin pena ni gloria.
Resulta muy interesante
el seguimiento que se realiza a la trayectoria de Lucas, desde su aprendizaje
hasta su lento pero firme ascenso, atendiendo siempre a unos principios
(entre los que destacan el respeto a la familia por un lado, y el no
dejarse pisar por nadie por el otro) que le funcionan perfectamente
hasta que Miss Puerto Rico se cruza en su camino y los olvida, error
que termina pagando muy caro (en un momento del filme le dice a su hermano
que si va “dando la nota” con su indumentaria será el más débil,
pero más adelante decide ponerse el abrigo de pieles que le regala
ella el día del gran combate, lo que le pondrá en el punto de mira
de Roberts) Podría considerarse algo “peligroso” el tratamiento
que se le da al personaje que parece decirnos que a pesar de dedicarse
al tráfico de heroína era mucho más honrado que muchos policías.
Por supuesto, el desenlace confirma esto, pero, sorpresa, a la vez deja
claro que lo que hace no es correcto.
El hecho de que la parte
del mafioso sea más atractiva no implica desgana en la trama policial.
La película bascula inteligentemente entre ambos caminos, de una ciudad
a otra (e incluso de un país a otro), con acompañamiento de la música
de la época (música negra sobre todo, desde Sam and Dave hasta John
Lee Hooker pasando por Sonny Boy Williamson o Bobby Womack), hasta el
momento en que se cruzan definitivamente, y Scott controla en todo momento
el pulso narrativo sin descuidar ninguno de los aspectos técnicos,
destacando un eficaz montaje que consigue imprimir el ritmo adecuado
para mantener el interés durante los más de ciento cincuenta minutos
de duración y la conseguida recreación de un momento de la historia
en un lugar muy concreto, los EE.UU., demasiado sobados por el cine
pero que siempre gusta revisitar.
Tras un final que deja
un buen regusto en el paladar, y que podría prometer historia
durante al menos otras dos horas y media, llegan los créditos, y si
el espectador decide aguantar, se le reserva lo que no deja de ser una
pequeña payasada, y por ello mismo resulta divertida.
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