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No es país para viejos

Título

 No es país para viejos

Título original
No Country for Old Men
Dirección
Ethan Coen
Joel Coen
Intérpretes
Tommy Lee Jones
Javier Bardem
Josh Brolin
Woody Harrelson
Kelly Macdonald
Año
2007
Guión
Joel Coen
Ethan Coen

 

Virtuosismo y sugerencias

Por Juan Antonio Bermúdez

Reinventar los géneros es una tentación demasiado frecuente y un desafío a menudo inasequible. Un siglo y cinco años de western (Asalto y robo a un tren,1903, se acepta como hito fundacional) han esquilmado un campo muy limitado en sus referentes espaciales y temporales. La reedición de su pura épica original ya contagia pocos entusiasmos si no se rellena de ironía desmitificadora o si no descontextualiza su compacta y potente mitología. Y las dos posibilidades tienen altos riesgos.

Los Coen salvaron esos riesgos en la corrosiva Fargo, otra de sus películas más notables (la comparación es inevitable), y han vuelto a superarlos con nota en este otro western ochentero y más amargo que afila también con maestría arquetipos y lugares comunes. Quizá esa agudeza está ya en la novela de Cormac McCarthy que inspira al filme (y que no he leído). Pero los directores tienen la valiosa virtud de aludir a un mundo ya visto mil veces en la pantalla para sostener en los pilares de sus viejos tópicos una renovada maraña de preguntas abiertas.

Porque una vez más los Coen son certeros en lo fundamental. Tras esa sobrada solvencia de su puesta en escena, su dirección de actores o la relojería de su guión, tras su virtuosismo a ratos manierista y a veces amonestado por su frialdad, su cine se vuelve grande mucho más por lo que sugiere que por lo que muestra, mucho más por lo que desata que por lo que ata.

A ambos costados de una peripecia clásica y muy del gusto de estos dos hermanos cineastas, la del hombre corriente que se mete en problemas (un estupendo Josh Brolin que guía gran parte de la historia), crecen y declinan en paralelo dos soberbias figuras: el sheriff agotado por las acometidas de un mundo al que ya no pertenece (Tommy Lee Jones, en la mejor tradición de los pistoleros con talante) y el villano turbado y turbador por el que Javier Bardem se merece un Oscar. La correspondencia entre ambos personajes alcanza momentos de gran potencia semántica, como la doble escena casi consecutiva en la que vemos el reflejo de ambos en un televisor apagado mientras se toman un vaso de leche. El que los dos no se encuentren es la confirmación definitiva del triunfo de las sugerencias sobre las evidencias. La patética soledad final del antagonista modula y multiplica los matices del amargo crepúsculo del viejo sheriff.

El altísimo nivel en el perfil y la interpretación de los secundarios (unos personajes respaldan y potencian a los otros en un diseño de manual, seña de identidad de la casa Coen) redondea una película intensa, seria, dura y en muchos momentos fascinante.

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