Crimen y castigo

Por Carlos Leal

Desde hace más de dos décadas, Woody Allen acude puntual año tras año a su cita con los espectadores en su triple faceta de guionista, director y ocasional intérprete. Y, como es natural en un autor tan prolijo, en su filmografía encontramos junto a películas brillantísimas (Match Point o Acordes y desacuerdos, sin remontarnos demasiado) otras algo más discretas (Hollywood Ending, Todo lo demás). Y en este segundo grupo nos vemos forzados a encuadrar Cassandra's Dream, el penúltimo trabajo hasta la fecha del genio neoyorquino a la espera del estreno de su comedia barcelonesa.

Cassandra's Dream (título con hondas reverberaciones míticas, que se hacen evidentes a lo largo de la película) es un thriller moral, cuyo planteamiento y tono narrativo recuerdan inevitablemente a la más lograda Match Point. La trama gira en torno a dos hermanos atrapados en sendos callejones sin salida –las deudas en el juego uno, el amor de una mujer por encima de sus posibilidades el otro–, que se ven forzados a tomar una solución desesperada.

Erra Cassandra's Dream en la construcción de los conflictos, demasiado esquemáticos y apenas desarrollados argumentalmente, y también en el trazado de algunos de los personajes principales. Así sucede, en particular, con el papel de la joven Hayley Atwell, plana recreación del estereotipo misógino de la femme fatale, y sobre todo con el de un poco inspirado Colin Farrell, en su rol de hombre rudo de clase trabajadora dominado por sus impulsos. Así las cosas, quien roba la función es el siempre eficiente Ewan McGregor, que borda el único personaje con cierta complejidad del filme.

En todo caso, no sería justo recrearse en los defectos de la película y dejar de lado sus múltiples virtudes. Virtudes que parten de una realización muy elegante, prolija en planos largos que permiten hacer su trabajo a los actores, y de un montaje abrupto en el que las secuencias rara vez alcanzan su culminación dramática, lo que genera una tensión emocional que trasciende un desarrollo narrativo en ocasiones algo torpe.

Con todo, lo más interesante de Cassandra's Dream está en el discurso moral subyacente. Si en Match Point el azar era la única fuerza motriz de un universo indiferente, en esta ocasión –al igual que en las tragedias griegas que evoca el título– la narración avanza guiada por un fatalismo incómodo. Y es que no deja de ser sorprendente ver a Woody Allen, que siempre se había caracterizado por su nihilismo (cinismo y orgasmo, puntualizaba Desmontando a Harry), firmar una historia tan clásica levantada sobre los principios judeocristianos del pecado, la culpa y la expiación. Después de cuarenta años buscándolo, ¿acaso Woody Allen ha encontrado a Dios?

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