Miedo y pasiones tras las atentas paredes
Por
Alicia Albares
Silencio, vacío y miedo son las constantes en las vidas de los habitantes de una Alemania dividida. Algunos, ejecutantes del sistema en la RDA, aparentan detentar un poder justo que aplican con mano firme; los otros, cuya existencia controlada les impide pensar, decir o hacer lo que quisieran, son los sometidos a un régimen muy alejado de lo que imaginaron. Ambas caras de un mismo país consumido por un sistema totalitario colisionan en este soberbio retrato del alma humana, colectiva e individual. Colectiva porque somos testigos del conjunto podrido en que se constituye un país por el fanatismo aplicado a unos ideales que acaban por convertirse en lo que intentaban evitar; individual porque toda nación se construye con sus gentes, diseccionadas aquí en sus anhelos más secretos.
Si hay algo en esta película que logra superar el mérito de su contenido es el rasgo inherente a la cinematografía germana y que la convierte en característica: la sobriedad. Sobriedad que intensifica sentimientos y pasiones primarias, que impide que la atención se desvíe de todo aquello que no sean miradas significativas, diálogos cargados de sentido y movimientos pausados que hablan mucho más que cualquier voz en off. Contención que otorga brillantez a planos y palabras, y que consigue perfilar una atmósfera opresiva, amenazante, rodeando a unos personajes con los que nos es imposible no identificarnos.
Y es que en ellos reside el gran mérito de esta obra maestra del debutante Florian Henckel Von Donnersmarck : la habilidad para contar un período político muy concreto en Alemania a través de los ojos de aquellos que lo vivieron, consiguiendo así que una película intimista, cuyo poder se esconde en los personajes, se disfrace de thriller político perfectamente construido. La intriga del segundo y la riqueza de los primeros permanecen intactas en la fusión de géneros que realiza, con mano magistral, esta película.
Y el resultado no habría sido el mismo sin la combinación de interpretaciones del trío protagonista, y en concreto, del excelente Ulrich Muhë: su profunda humanidad reluce tras la dureza átona de su apego al trabajo y a sus responsabilidades; su exquisita sensibilidad se refleja en una lágrima que se desliza a través de un rostro inexpresivo; en su debilidad nace la grandeza de sus pequeñas acciones. Sebastián Koch y Martina Gedeck le secundan con dignidad, configurando un universo de dos plagado de secretos y sospechas, pero también de un amor sencillo que parece superar todos los inconvenientes.
Aclamada por la crítica en todo el mundo y reforzada por una meteórica carrera de premios (Mejor película, actor y guión en los premios del cine europeo; siete premios del cine alemán; dos nominaciones como mejor película extranjera en los Globos de Oro y en los Oscars),La vida de los otros se perfila como una de las mejores películas del año. Pero se trata, sobre todo, de un viaje hacia el terreno común de todos los seres humanos, hacia aquellos rincones que nos igualan por encima de cualquier diferencia política o cultural. Un lugar más allá de las palabras, que puede hallarse en las melancólicas notas de una melodía al piano, en un abrazo compartido y espontáneo, en un delirio creativo en una máquina de escribir clandestina… En un mundo donde las paredes escuchan, hasta ellas pueden sentir deseo, envidia o compasión. Y hasta ellas pueden derrumbarse con la grandeza del arte.
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