La vida es una tómbola (amañada)
Por
Carlos Leal
En el cortometraje “Bancos”, el personaje de Álex O’Dogherty se dedicaba a planear atracos perfectos a las sucursales bancarias de su barrio, que nunca llevaba a cabo. En una época en la que el dinero se ha vuelto etéreo y viaja de un extremo a otro del planeta a través de las redes de información a velocidades imposibles, sus atracos ficticios se antojaban tan reales como los que graban las cámaras de seguridad y horas después muestran los telediarios. Nada es lo que parece: tener dinero es lo mismo que planear robarlo, la miseria más absoluta y la riqueza más indecente se dan la mano.
Una intuición similar alienta el primer largometraje del realizador Rodrigo Cortés, autor de los brillantes cortos “Yul” y “15 días”. El protagonista de Concursante, el profesor de historia económica Martín Circo Martín, cree tocar la gloria cuando gana premios por valor de tres millones de euros en un programa de televisión; sin embargo, lo que comienza ese día es su descenso hacia el abismo. Pronto Martín descubre que para conservar los premios que le han tocado habría que ser millonario de antemano y se ve obligado a hipotecar sus propiedades para poder hacer frente a los impuestos, entrando en una espiral que le conduce irremediablemente a la bancarrota.
Para construir esta sátira en torno a un economista que despierta al lado oculto del sistema financiero, Rodrigo Cortés huye de las convenciones acomodaticias de la narración cinematográfica clásica. Así, la línea temporal se quiebra una y otra vez guiada por los desordenados recuerdos expuestos por la voz en off de Martín, que yace sepultado bajo las ruinas de la mansión que una vez fue su casa. La acción se detiene ocasionalmente para que Leonardo Sbaraglia haga apartes mirando a cámara. La imagen fluctúa entre los 35 milímetros, los 16 milímetros, los 8 milímetros y el vídeo digital. La preocupación social corre paralela a la preocupación formal, una idea que aproxima a Rodrigo Cortés a uno de los cineastas más interesantes del panorama cinematográfico iberoamericano actual, el brasileño Jorge Furtado.
Claro que un barroquismo formal tan acusado lleva consigo ciertos peligros. No es lo mismo afrontar un corto de treinta minutos como “15 días” que todo un largometraje como Concursante; en las distancias largas, los excursos son más arriesgados y tienden a producir arritmias que a menudo llevan al espectador al hastío. Consciente de esta dificultad, Rodrigo Cortés impone a la narración un ritmo brutal, particularmente en el último tercio de la película (que en total no llega a la hora y media).
Y en este tour de force se concentran las grandes virtudes pero también los defectos y concesiones de Concursante. En el lado positivo, es innegable que la película da un espectáculo brillante, con una intensidad y un vigor narrativo pocas veces visto en el cine español. En el debe, tanto apresuramiento dificulta la comprensión y resta profundidad a la reflexión de fondo, que queda esencialmente limitada a dos o tres escenas expositivas en el segundo acto. También se quedan por el camino la mayoría de los personajes secundarios (la madre ausente, la novia superficial y manipuladora), convertidos en meros arquetipos planos frente a la omnipresencia del protagonista Martín Circo Martín.
Un último detalle da cuenta de la tremenda ironía y cinismo que subyace a Concursante. Los créditos finales nos informan que la película ha sido financiada por el BBVA y el Banco Spirito Santo, que sonríen complacidos viendo a Martín Circo Martín denunciar las injusticias del sistema bancario mientras discretamente se embolsan una parte de los beneficios de la recaudación. Y es que ya decía Woody Allen que la vida es como Las Vegas: a veces estás arriba, a veces abajo, pero al final siempre gana la banca.
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