La Navidad era esto
Por
Carlos Leal
De todos los géneros que se cultivan Hollywood, ninguno ejemplifica tan bien el cine de consumo rápido que produce la meca del cine hoy en día como las películas de Navidad. Tomen un ejemplo como Elf: se estrena el 12 de diciembre, y para el día 7 de enero será ya agua pasada, de esa que no mueve molinos (nadie ve una película navideña una vez que pasan las Navidades, del mismo modo que nadie escucha “El tamborilero” de Raphael, digamos, a mitad de julio). En apenas cuatro semanas, Elf debe recaudar lo mismo que otras películas logran en meses, y afrontando además la dura competencia de hobbits, piratas y dibujos animados, que campan a sus anchas por las carteleras en estas fechas.
Claro que ante un reto de tamaña magnitud todo vale, y los estudios de Hollywood tienen bien aprendida la receta. Búsquese un actor con tirón cómico (en este caso Will Ferrell, un humorista surgido de la cantera del Saturday Night Live, ese programa que por aquí nadie ha visto pero del que todos hemos oído hablar). Añádase un argumento con el toque justo de sentimentalismo navideño (la historia de un niño adoptado por los elfos de Santa Claus, que viaja a Nueva York para conocer a su padre biológico y, de paso, salvar la Navidad). Aderécese la mezcla con un director venido de la televisión (el también actor Jon Favreau) y algún secundario de relumbrón (James Caan, ¿qué estás haciendo aquí?).
El resultado es el equivalente cinematográfico de una hamburguesa del McDonald’s; puede que llene la barriga, pero no alimenta. Al igual que la comida rápida, abusa del azúcar y apela a nuestros instintos más básicos, los mismos de los que se aprovecha el Corte Inglés para hacer su agosto en pleno mes de diciembre. ¿O será casualidad que la fábrica de juguetes de los elfos de Santa Claus se parezca tanto a los montajes de Cortylandia?
Los publicistas de New Line insisten en comparar Elf con clásicos de estas fechas como ¡Qué bello es vivir! No nos llamemos a engaño: la película de Capra aún conmueve porque tiene un corazón cálido, inocente y generoso; en el corazón de Elf sólo hay una calculadora.
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