Apocalipsis pop
Por
Pablo Vázquez
El director McG y sus chicas lo han vuelto a
lograr. Si bien esta secuela se anunciaba para nuestra preocupación
con una serie de bajas con respecto a su precedente (Bill Murray,
Betty Thomas en la producción, Ed Solomon en el guión, el cómico
Tom Green), el avasallador nivel no sólo no se mantiene, sino
que supera el alto grado de diversión y espectáculo del título
inicial de la saga.
Los ángeles de Charlie: Al límite reincide en una virtud
que hasta el momento parecía tarea de chinos: conciliar un fondo
inteligente plagado de guiños y sobrecargado de distancia irónica
con el entretenimiento palomitero para el gran público, al margen
de mostrar roles femeninos fuertes e independientes que utilizan
y se burlan de su propia explotación como figurines de compañía.
Esto es, toda una señora cinta de género como fueron en su día
Savage sisters o The doll squad pero con la mentalidad
bicéfala del fan con olfato y talento mercantilista. Una comunión
perfecta -y explosiva- entre corazón y cabeza.
Sin embargo, no conviene dejar pasar que, al
margen de ser uno de los mejores realizadores de escenas de
acción del momento y un maestro en el uso de la digresión y
el flash-back, McG tiñe en esta ocasión el calculadamente banal
universo de sus ángeles de un laconismo y densidad conceptual
que hacen que esta aventura sea más oscura, más agresiva y más
aguda en los momentos que intenta reflexionar sobre su propia
naturaleza. Así, las patadas y las gracias, con un soberbio
timing, son complementadas con perlas como el pasaje acerca
del pasado del Flaco, el encuentro -en un entorno de pura iconografía
sado-maso- de Barrymore con su ex-amante o sobre todo, el enfrentamiento
de Demi Moore (ángel rebelde condenado a ser diablo por su proterva
perfección y autonomía) con el mismo Dios (Charlie), o en su
defecto, con su representante interfónico en la Tierra.
En fin, que estas dos horas salvajes vuelven
a ser lo más parecido a colarse en el sueño húmedo de un chaval
de doce años al que hubieran inyectado en vena cuatro décadas
de cultura pop (heavy-metal, serie B y Z de la peor calaña,
feminismo videoclipero) y un manual enterito de la Play-station.
Un cocktail proteico y excesivo, una película que es en sí misma
su propio clímax y una delicia para aquellos que no hayan dejado
de creer en ángeles, top-models y otros accidentes de la preadolescencia.
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