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Los abajo firmantes

Título

 Los abajo firmantes

Título original
Los abajo firmantes
Dirección
Joaquín Oristrell
Intérpretes
Javier Cámara
Elvira Mínguez
María Botto
Juan Diego Botto
José Manuel Cervino
Año
2003
Guión
Juan Diego Botto
María Botto

 

Todo menos un panfleto

Por Pablo Vázquez

Hacer una película sobre el conflicto que rodeó la postura de los profesionales de la cultura sobre la guerra de Irak y que tuvo su culminación en la gala de los Goya es algo que, para ser sinceros, daba bastante repelús. No era difícil esperar un panfleto que subrayara obviedades de forma parcial, una tirada de flores de puertas adentro con pretensiones tan aparentes como hipócritas, una invitación segura al corte de digestión. Como en esto de cine no existen las recetas escritas ni las películas son siempre lo que parecen, Los abajo firmantes no tiene nada que ver con esto. Se trata de un ejercicio humilde, de vocación intimista y minoritaria (casi marginal) y un film valiente, mucho más que otros éxitos españoles que reciben premios y cuelgan inmediatamente con ese sambenito. Valiente, sí; mucho más de lo que fue en su día la dichosa gala de las estatuillas.

La película de Oristrell no nos cuenta la historia de los grandes actores que se afilian a un pensamiento para dar más brillo a una imagen pública, ni de la responsabilidad de los artistas de adscribirse a una causa social, ya sea una ONG, el medio ambiente o un partido político. Sus protagonistas son los seres anónimos, los desprotegidos del sistema, aquellos a los que abrir la boca les puede costar dejar de comer caliente. Por tanto, no estamos ante una película contra la guerra, sino a una reflexión ácida y honesta sobre la libertad de expresión y sus consecuencias.

Las buenas noticias son que hay hostias para todos. Para el PP, para los cínicos, los entusiastas, los pasivos e incluso para los propios actores. Oristrell ha conseguido su mejor película, en la que explota coherentemente la rabia dispersa de la fallida Sin vergüenza, con una mirada incisiva y desnuda sobre sus personajes. Hay ecos de El viaje a ninguna parte y sobre todo de Cassavettes, cuya Opening night continúa siendo el clásico por excelencia de las miserias de las bambalinas.

Algunos de los más avispados podrían haber vaticinado los notables resultados. Oristrell se apoya en cuatro excelentes puntales, que han ejercido también de co-guionistas, cuatro monstruos escénicos capaces de convertir en magia cualquier hasta el diálogo más apagado. Cámara, Mínguez, María Botto y Juan Diego Botto están soberbios, impecables, todos.

En resumen, si eres el primero en desconfiar de las razones solidarias de actores y realizadores españoles, si el “no a la guerra” te proporcionó más de un sarpullido mental y no acudiste por principios a ninguna manifestación mediática, no deberías dejar pasar esta película. Si por el contrario, tomaste el asunto como una valiente rebelión contra la injusticia, también la apreciarás como lo que en todo momento aspira a ser: un excelente cine de actitudes, ideas y sentimientos.

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