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Por
Pablo Matilla
Todd Solondz es muy feo. Es feo si ves su foto en el periódico, si lo ves entrevistado en la televisión o si lo ves paseando por Union Square (Nueva York) con el USA Today bajo el brazo. Si la cara es el espejo del alma, la de Todd es el espejo de su cine. Un cine sucio, amargo. Un reflejo, quizás, de sí mismo pero también universal.
Cosas que no se olvidan cuenta dos historias. La primera es sobre Vi (Selma Blair), una joven universitaria, apuntada a un curso de creación literaria impartido por un profesor negro, ganador del Pulitzer. Amargada en una relación amorosa con un minusválido cerebral, tiene un encuentro sexual con su instructor y decide utilizar dicho encuentro como base para un relato que leerá en clase. La segunda está protagonizada por un documentalista que graba a una familia media americana encabezada por el padre (John Goodman). Ambas historias están repletas de freaks (término básico en el diccionario Solondz y difícil de traducir al castellano) y las situaciones son tan crueles como reflejo real del lado más enfermo de esa América, que bajo la mirada del director de Newark (Nueva Jersey) roza lo delirante.
Existe en el cine de Todd Solondz un vínculo realmente ensalzable a la realidad poco visto entre sus compañeros contemporáneos. En Cosas que no se olvidan, Solondz encara sin máscaras cuestiones raciales e históricas como la mezcla de atracción y pavor de la mujer blanca hacia el hombre negro. El fracaso generalizado de la mayor parte de la sociedad frente a la cultura oficial del éxito desde los tiempos de Benjamin Franklin. El fin de la familia como epicentro de la vida. La explotación de los inmigrantes. Temas peliagudos para una sociedad tan maniquea como la americana.
A diferencia de su anterior film, Happiness, Cosas que no se olvidan ha podido estrenarse en EEUU, aunque recibió la calificación R, que suele aplicarse a las películas con alto contenido sexual, lingüístico y con uso de drogas en pantalla, lo cual no deja de ser un eufemismo para calificar a una película moralmente compleja. La R de su calificación podría ser tintada de color escarlata, como muestra del estigma que ha sufrido por parte de una censura puritana y despreciable ante filmes que quieren ahondar en la verdad dolorosa. R de raro. R de rabia. R de razón.
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