El violinista virtuoso
Por
Alejandro del Pino
Abordar los problemas de adaptación que padecen muchos habitantes de la
China rural al verse obligados a emigrar hacia las grandes concentraciones urbanas
se ha convertido en una constante temática en la producción cinematográfica
del país asiático. En esta línea se sitúa el último
trabajo del Chan Kaige, galardonado con el Oscar a la Mejor película de
habla no inglesa en 1991 por Adiós a mi concubina. Together
narra la historia de un virtuoso violinista de trece años, Xianchun
(que encarna el joven Tang Jun), al que su voluntarioso padre (Liu Peiqi) lleva
a Beijing para que consiga hacerse un hueco en el despiadado mundo de la interpretación
musical.
Ya en el inicio del filme, Kaige se muestra esquemático y efectista
en su presentación de los contrastes entre la apacible vida en una ciudad
de provincias y el bullicioso y deshumanizado ritmo de la metrópolis,
donde los vínculos afectivos son frágiles y todo está contaminado
por la frivolidad, la competitividad y el individualismo. Con el mismo trazo
grueso dibuja a todos los personajes que aparecen en la película. Desde
el histriónico padre, un campesino de buen corazón y espíritu
optimista capaz de renunciar a todo para que su hijo triunfe, a los dos profesores
del joven violinista: uno, atormentado y romántico (cuyo desaliño
indumentario tiene su origen en un desengaño amoroso) y el otro, cosmopolita
y ambicioso (interpretado por el propio Kaige) que utiliza a sus alumnos para
reafirmar su propio ego.
Estamos ante una película ñoña, conservadora y previsible,
cuya irritante sensiblería argumental remite al cine familiar de Disney,
aunque con un punto exótico que le ha servido para que se exhiba en prestigiosos
festivales europeos y salas de versión original. Se podría argumentar
que se trata de una especie de cuento moral donde el esquematismo narrativo
y sentimental sirve para trasmitir con eficacia una lección ética
sobre el absurdo del éxito profesional si se pierde la capacidad de amar
y ser amados. Pero eso sería una interpretación forzada y débil,
pues en Together Kaige, además de elegir el camino más
fácil y ofrecer un relato sin matices ni dobles lecturas, propone resoluciones
evasivas e inverosímiles en los momentos narrativos en los que se plantean
conflictos más complejos.
No obstante, también encontramos algunos aciertos nada desdeñables:
el trabajo de dirección de actores, el mantenimiento de la tensión
dramática y, sobre todo, una puesta en escena bella y sugerente, en la
que Kaige muestra su habilidad artesanal para cuidar con esmero todos los detalles.
Además, y aunque sea indirectamente, el director de Suavemente me
mata logra acercarnos a los conflictos culturales y generacionales que
vive el país asiático, embarcado en un desconcertante proyecto
de capitalismo estatal que le ha permitido sobrevivir en el mundo globalizado.
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