John Malkovich deslumbra
Por
Silvia Ruano
"...No siento le menor atracción por la novela policiaca. Alguna
vez las hojeé, y no me fue fácil. Debo de haber leído a
Raymond Chandler y, si la memoria no me falla, dos o tres obras de Agatha Christie.
Pero sería incapaz de contarle a usted de qué trataban",
fue la repuesta de Patricia Highsmith cuando en una entrevista le preguntaron
acerca de la presunta adscripción de su obra a dicho género. Que
la escritora texana llevaba razón al mostrar su disconformidad ante tal
catalogación por parte de la crítica está fuera de toda
duda para cualquier lector mínimamente perspicaz, puesto que la intriga
criminal no es más que el contexto en el que se desenvuelven unos personajes
enfrentados a situaciones excepcionales, en cuya psicología se profundiza
y que da pie a una reflexión de mayor calado sobre el comportamiento
humano. Así ha sabido verlo la septuagenaria directora italiana Liliana
Cavani, apartada durante diez años de la gran pantalla, y artífice
de títulos tan polémicos y controvertidos como Portero de
noche o La piel, en esta segunda adaptación cinematográfica
de la novela Ripley´s Game (la primera, El amigo americano,
de 1977, corrió a cargo de Wim Wenders).
A pesar de algunas ligeras modificaciones con objeto de actualizarla (la acción
se sitúa en Italia en vez de en Francia, se sustituye la mafia italiana
por la rusa y se introducen ciertas variaciones respecto al modus operandi
y al escenario de los asesinatos), Cavani traduce fielmente a imágenes
el espíritu y la esencia del texto literario, en un ejercicio fílmico
elegante, sobrio y reposado, no exento de atmósfera y de una considerable
ambigüedad moral, que pone de relieve la delgada línea que separa
el bien del mal y la relatividad de estos conceptos a través del relato
de una venganza: la de Tom Ripley, que induce al delito, aprovechando la petición
de ayuda de un antiguo socio, y resentida su vanidad porque en el transcurso
de una fiesta se había atrevido a poner en entredicho su buen gusto,
a un honrado enmarcador, enfermo de leucemia y angustiado ante la idea de dejar
a su familia en la indigencia después de su fallecimiento. (Es llamativo
que este castigo infligido por un personaje, cuyo orgullo ha sido herido, empariente
la cinta con otro de los mejores trabajos de John Malkovich, Las amistades
peligrosas, en donde la venganza era asimismo el motor desencadenante de
los acontecimientos, con la diferencia de que allí su Valmont era cómplice
del plan urdido por la ofendida -la Marquesa de Merteuil- y aquí el responsable
directo). Interesa, pues, el análisis de ese proceso de corrupción
de un hombre corriente y el de las distintas, antitéticas reacciones
ante los hechos que se suceden de víctima y victimario en función
de las directrices que hasta entonces han presidido sus vidas. Cada uno de ellos
atisba por un breve lapso de tiempo cómo ha podido ser la existencia
del otro: Trevanny se asoma a un mundo al margen de la ley regido por intereses
ajenos a cualquier norma ética, y Ripley se divierte en subvertir la
sencillez y rectitud de su vecino.
Pero la gran baza de la película, la interpretación de Malkovich
del ambivalente e inquietante Ripley -un esteta que disfruta de los placeres
de la vida (la belleza, el arte, el lujo, el sexo, la comida...), ceremonioso,
de modales exquisitos, amoral y carente de escrúpulos, capaz de cometer
con frialdad las mayores atrocidades en las más adversas circunstancias
sin perder ni un ápice de su encanto y su poder de fascinación- acaba revelándose también paradójicamente como su principal
defecto, ya que el resto de los actores que le secundan no brillan a su misma
altura, aunque tal vez sea de justicia reconocer que el guión le otorga
además los diálogos más brillantes del filme ("yo
nunca temo que me descubran porque nunca pienso que alguien me está mirando",
"lo más interesante de hacer cosas aparentemente terribles es que
se olvidan al poco tiempo"), lo cual contribuye a hacer aún más
evidente, si cabe, ese desequilibrio.
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