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El juego de Ripley

Título

 El juego de Ripley

Título original
Ripley's Game
Dirección
Liliana Cavani
Intérpretes
Ray Winstone
John Malkovich
Uwe Mansshardt
Hanns Zischler
Paolo Paoloni
Año
2002
Guión
Liliana Cavani
Patricia Highsmith

 

John Malkovich deslumbra

Por Silvia Ruano

"...No siento le menor atracción por la novela policiaca. Alguna vez las hojeé, y no me fue fácil. Debo de haber leído a Raymond Chandler y, si la memoria no me falla, dos o tres obras de Agatha Christie. Pero sería incapaz de contarle a usted de qué trataban", fue la repuesta de Patricia Highsmith cuando en una entrevista le preguntaron acerca de la presunta adscripción de su obra a dicho género. Que la escritora texana llevaba razón al mostrar su disconformidad ante tal catalogación por parte de la crítica está fuera de toda duda para cualquier lector mínimamente perspicaz, puesto que la intriga criminal no es más que el contexto en el que se desenvuelven unos personajes enfrentados a situaciones excepcionales, en cuya psicología se profundiza y que da pie a una reflexión de mayor calado sobre el comportamiento humano. Así ha sabido verlo la septuagenaria directora italiana Liliana Cavani, apartada durante diez años de la gran pantalla, y artífice de títulos tan polémicos y controvertidos como Portero de noche o La piel, en esta segunda adaptación cinematográfica de la novela Ripley´s Game (la primera, El amigo americano, de 1977, corrió a cargo de Wim Wenders).

A pesar de algunas ligeras modificaciones con objeto de actualizarla (la acción se sitúa en Italia en vez de en Francia, se sustituye la mafia italiana por la rusa y se introducen ciertas variaciones respecto al modus operandi y al escenario de los asesinatos), Cavani traduce fielmente a imágenes el espíritu y la esencia del texto literario, en un ejercicio fílmico elegante, sobrio y reposado, no exento de atmósfera y de una considerable ambigüedad moral, que pone de relieve la delgada línea que separa el bien del mal y la relatividad de estos conceptos a través del relato de una venganza: la de Tom Ripley, que induce al delito, aprovechando la petición de ayuda de un antiguo socio, y resentida su vanidad porque en el transcurso de una fiesta se había atrevido a poner en entredicho su buen gusto, a un honrado enmarcador, enfermo de leucemia y angustiado ante la idea de dejar a su familia en la indigencia después de su fallecimiento. (Es llamativo que este castigo infligido por un personaje, cuyo orgullo ha sido herido, empariente la cinta con otro de los mejores trabajos de John Malkovich, Las amistades peligrosas, en donde la venganza era asimismo el motor desencadenante de los acontecimientos, con la diferencia de que allí su Valmont era cómplice del plan urdido por la ofendida -la Marquesa de Merteuil- y aquí el responsable directo). Interesa, pues, el análisis de ese proceso de corrupción de un hombre corriente y el de las distintas, antitéticas reacciones ante los hechos que se suceden de víctima y victimario en función de las directrices que hasta entonces han presidido sus vidas. Cada uno de ellos atisba por un breve lapso de tiempo cómo ha podido ser la existencia del otro: Trevanny se asoma a un mundo al margen de la ley regido por intereses ajenos a cualquier norma ética, y Ripley se divierte en subvertir la sencillez y rectitud de su vecino.

Pero la gran baza de la película, la interpretación de Malkovich del ambivalente e inquietante Ripley -un esteta que disfruta de los placeres de la vida (la belleza, el arte, el lujo, el sexo, la comida...), ceremonioso, de modales exquisitos, amoral y carente de escrúpulos, capaz de cometer con frialdad las mayores atrocidades en las más adversas circunstancias sin perder ni un ápice de su encanto y su poder de fascinación- acaba revelándose también paradójicamente como su principal defecto, ya que el resto de los actores que le secundan no brillan a su misma altura, aunque tal vez sea de justicia reconocer que el guión le otorga además los diálogos más brillantes del filme ("yo nunca temo que me descubran porque nunca pienso que alguien me está mirando", "lo más interesante de hacer cosas aparentemente terribles es que se olvidan al poco tiempo"), lo cual contribuye a hacer aún más evidente, si cabe, ese desequilibrio.

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