¿Por qué lo llaman felicidad...
Por
Carlos Leal
La cultura norteamericana ha demostrado desde siempre una gran
fascinación por el género biográfico, esas pequeñas historias humanas
que bajo su apariencia azarosa esconden una gran lección moral. No en
vano los primeros testimonios escritos que se conservan en Estados
Unidos son las historias de vida narradas por los fundadores
puritanos, y el primer clásico de su literatura es la autobiografía de
Benjamin Franklin, padre de la patria y paradigma del sueño americano.
Luego llegó el cine, y después los Oscar, y después Paul Muni como
Louis Pasteur, Ben Kingsley como Ghandi, Robert Downey Jr. como
Charles Chaplin, Phillip Seymour Hoffman como Truman Capote y así
hasta En busca de la felicidad, debut estadounidense del
realizador italiano Gabriele Muccino (El último beso).
Partiendo del socorrido "basado en hechos reales", que tantas
tardes de gloria ha proporcionado a Antena 3, En busca de la
felicidad sigue las aventuras y desventuras de Chris Gardner,
varón, afroamericano, entrado en los treinta, trabajador incansable,
hombre de talento, esposo fiel y padre ejemplar. Nuestro particular
Ben Franklin lo tiene todo para ser feliz, salvo una cosa: es pobre.
Su trabajo como comercial de equipos médicos apenas le da lo justo
para subsistir, y a veces ni eso.
A partir de aquí vienen algunos spoilers -aviso-, así que quien
quiera puede dejar de leer. Harta de penurias, su mujer le abandona y
se va de la ciudad. Chris y su hijo tienen que mudarse a un
apartamento más pequeño, luego a un refugio para indigentes y al final
se quedan en la calle. Pero Chris tiene talento y está dispuesto a
trabajar duro, y por eso sabe que finalmente alcanzará el éxito. Por
eso acepta un trabajo en prácticas sin paga en una compañía de Wall
Street a la que llega sonriente cada mañana, con su traje impoluto,
después de haber dormido en una pensión inmunda o en un servicio del
metro. Y aunque el pobre no puede hacer horas extra porque tiene que
cuidar de su hijo (maldición), pronto descubre que si prescinde de ir
al baño y de colgar el teléfono entre llamada y llamada puede hacer el
mismo trabajo que sus compañeros de prácticas en sólo ocho horas. No
tiene para pagar el alquiler, pero no le faltan cinco dólares que
prestarle a su jefe para un taxi. El sueño americano como
justificación de la mentalidad sumisa. Se masca la tragedia.
Pero, ¿saben qué? Ésta no es una de esas películas. Ésta es una
película de Hollywood, y además el protagonista es Will Smith, ya
saben, el príncipe de Bel Air. Un Will Smith que muestra más registros
interpretativos que -digamos- en Men in Black II, pero al que
la nominación al Oscar le queda grande grande... Bueno, a lo que
vamos, que al final a nuestro héroe lo de agachar la cabeza y pasar
por el aro le funciona, y consigue un trabajo fijo con un sueldo con
muchos ceros. Al contrario que todos sus compañeros de prácticas,
cabría pensar, pero esa es otra historia y seguramente mucho menos
entretenida.
Justo antes de los créditos, unos letreros amablemente nos informan
de que Chris Gardner fue ascendiendo y llegó a fundar su propia
empresa, y años después vendió una pequeña parte de sus acciones por
muchos millones de dólares. Y, sin embargo, dejan sin contestar la
gran pregunta que planteaba el título: de acuerdo, sabemos que Chris
Gardner es multimillonario, pero... ¿es feliz?
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