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Tideland

Título

 Tideland

Título original
Tideland
Dirección
Terry Gilliam
Intérpretes
Jodelle Ferland
Janet McTeer
Brendan Fletcher
Jennifer Tilly
Jeff Bridges
Año
2005
Guión
Tony Grisoni
Terry Gilliam

 

Terry Gilliam expulsado del País de las Maravillas

Por Ana Rodríguez García

El proceso para conseguir la financiación de un proyecto independiente resulta en ocasiones tan dificultoso que la aventura no termina cuando los productores por fin acceden a abrir la cartera, sino que continúa con la encarnizada batalla por conseguir que la película se distribuya adecuadamente.

A Terry Gilliam le ha costado dos años de su vida encontrar inversores para su última película, Tideland, y otros dos años conseguir que ésta pudiese ser proyectada en las salas de cine. Y es que desde hace unos años al ex-Monty Python le persigue la fama de ser un cineasta gafe sobre el que pesa una molesta maldición de proyectos frustrados. Muestra de ello es el sonoro batacazo en taquilla de Las aventuras del Barón Munchausen (1988) o la frustración a la que irremediablemente le condujo su adaptación del Quijote (The man who killed Don Quixote), trabajo inconcluso hasta la fecha que sirve de argumento en sí mismo para el documental Lost in la Mancha (2002). Una suerte de making off que narra las vicisitudes por las que pasó el accidentadísimo rodaje hasta que finalmente fue paralizado por tiempo indefinido.

A pesar de ser un creador con un universo personal que destaca por méritos propios en el insulso panorama cinematográfico actual, a Gilliam nadie le ha puesto las cosas fáciles. Para poder rodar esta película antes tuvo que dirigir El secreto de los hermanos Grimm (2005), producto comercial al uso, sin más pretensiones que recaudar en taquilla una cantidad lo suficientemente grande como para permitirle trabajar a sus anchas en una idea tan arriesgada como la de Tideland.

Particularmente interesado en la óptica fantástica de la realidad que presentan los niños, esos locos bajitos a los que considera sabios, Gilliam revisita el personaje de la Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll desde una perspectiva un tanto perturbadora. Para el papel de Jeliza-Rose, eligió a la jovencísima actriz canadiense Jodelle Ferland, una decisión de peso, teniendo en cuenta la constante presencia de la protagonista dentro del plano. Si bien su penetrante voz aguda puede acabar resultando desquiciante para el espectador que ha decidido voluntariamente distanciarse de la historia, reconozcamos que ella es la película, su interpretación es clave para la vinculación del espectador con el personaje. O para el rechazo, en el caso de aquellos a los que el complejo entramado de artificios que establece Gilliam no logre convencer.

Al fin y al cabo, es sólo una niña que sueña con una familia feliz en un contexto de soledad, muerte y personajes con algún tipo de enajenación mental. Porque los locos son también recurrentes en su filmografía, desde el personaje de Robin Williams de El rey pescador (1991) hasta el perturbado Brad Pitt de Doce monos (1995). En esta ocasión, la particular galería de los horrores está compuesta por unos excéntricos padres yonquis (breve aparición estelar de Jennifer Tilly y un excepcional Jeff Bridges en un papel que recuerda al del Nota Lebowski), por una aficionada a la taxidermia (en un homenaje manifiesto a Psicosis), y por su retrasado hermano, cómplice de las ensoñaciones de la protagonista. Sin olvidarnos de la inquietante colección de cabezas guillotinadas de cuatro Barbies, con rasgos de carácter en ocasiones mejor definidos que los del resto de personajes, quienes hacen las veces de interlocutoras de Jeliza-Rose en sus aventuras solitarias a través de las interminables praderas amarillas.

Sin duda, Jeliza-Rose es una superviviente, aunque ella misma no sé dé cuenta, ocupada como está en escapar de la realidad hostil que se cierne sobre ella para sumergirse en el mundo de fábula que su alter ego Gilliam construye a la medida de su desbordante imaginación. Y como ocurre con Alicia, la historia no terminará hasta que ella despierte de su sueño apocalíptico y abandone así el País de las Maravillas.

No apta para algunas audiencias biempensantes como las que, en su presentación en el festival de cine de San Sebastián, allá por Septiembre de 2005, resoplaban indignadas antes de salir de la sala de proyecciones dando un portazo. En cambio, en Sitges la acogida del público fue radicalmente diferente, puesto que en el contexto del género fantástico, aceptar los excesos tan propios de un cineasta como Terry Gilliam resulta algo natural.

Es poco probable que la propuesta de Tideland deje impasible a nadie, puesto que el propósito declarado de su autor es provocar, dar lugar a una reacción en la conciencia, en la sensibilidad del espectador.

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