Bob Kennedy, cebo de un nuevo Grand Hotel
Por
Carlos Aguilar Sambricio
Di por supuesto que la película que iba a ver versaría sobre la vida y milagros de Robert F. Kennedy. Normalmente suelo tener curiosidad en saber con anterioridad ciertos aspectos básicos de los filmes pero en este caso sólo sabía que era una obra coral. Bobby no es un biopic, es un nuevo mosaico que pretende reflejar la situación de un país y una época a través de unos personajes que confluyen en el hotel donde la trágica muerte del político sacudiría el mundo.
Aunque cabe compararla con muchas de las películas de estilo cruzado de la creciente ola que nos lleva asolando desde que el recientemente difunto Altman lo pusiera de moda, el director y guionista Emilio Estévez subraya, con referencia explícita incluida, que su punto de partida es ‘Grand Hotel’, magnífico filme a la mayor gloria de la divina Garbo, y que podría considerarse germen fílmico de este tipo de historias.
Cada vez que Bob Kennedy aparece en pantalla lo hace de espaldas o a través de imágenes de archivo. En este sentido, el principio y final del filme se articulan con discursos suyos y, curiosamente, aglutinan la mayor cantidad de interés de un relato que, por otro lado, es apático y disperso. Reconozco que me llevé una decepción al percibir que el filme no se constituía en torno a una figura tan atrayente. Pero Estévez no consigue, en cualquier caso, conformar un esqueleto de historias y personajes del peso suficiente para equilibrar esa pequeña frustración que me imagino se llevarán muchos de los que se sienten ante la pantalla, atraídos por el título de la película y el sinfín de rostros conocidos, sin saber exactamente lo que van a presenciar.
Los miembros de seguridad del hotel, los relaciones públicas de la campaña política, los asistentes de cocina y demás protagonistas verdaderos de la cinta no representan fuerza ni valor suficiente a esa mirada reflexiva que se pretende y, si esta no fuera la intención, tampoco tejen una red emocional de suficiente empaque. Los actores hacen un trabajo más que correcto y el director imita técnicamente a Paul Thomas Anderson con cierto tino, pero el resultado es flojo y la sensación neutra.
De hecho, no acabo de entender la justificación de utilizar la muerte de Bobby de manera tan tangencial para hablar de estos personajes. Salvo como reclamo publicitario, los personajes no encarnan a aquellos imbuidos en las situaciones y problemas que la política de Kennedy pretendía solucionar. Esta película coral tendría sentido de la manera en la que está estructurada si el mosaico presentara imágenes de aquello que se denuncia en las proclamas del candidato a la presidencia.
En nuestro caso, estamos ante una amena sucesión de anécdotas que, circunstancialmente, pueden adherirse a ciertos tópicos en torno a ese final de los años 60 en los Estados Unidos, con el auge de las drogas alucinógenas o la aún existente presencia de brotes racistas como casi únicos asuntos sociales abordados.
Como ligero pasatiempo con un cierto toque de réquiem nostálgico tiene un pase pero más allá de eso, que nadie busque nada memorable, ni ninguna disección de la época o el señor que da nombre a la obra.
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