El hombre frente a Dios
Por
Carlos Aguilar Sambricio
Ecos bíblicos. Uno tiene la sensación, al sentarse frente a There will be blood. Pozos de ambición, de que está asistiendo a algo grande. No me refiero al tamaño cinematográfico de la obra –descomunal, dicho sea de paso-, sino a su alcance, a su repercusión, a su reverberación. Su voz resuena tan fuerte como la de su protagonista, Daniel Plainview, un hombre hecho a sí mismo y para sí mismo y, como tal, en firme oposición a las instituciones espirituales y al género humano.
Porque si hay algo que separa al último trabajo de Paul Thomas Anderson de otros títulos en cierta manera equiparables es el enfrentamiento entre capitalismo y religión. Ciudadano Kane, Los vividores (de su maestro y difunto Robert Altman, al que dedica la película), El tesoro de Sierra Madre, Avaricia o La puerta del cielo son películas fundamentales y análogas con el imaginario en el que nos embarca el director de Boogie Nights.
Sin embargo, hay algo aquí que la hace dialécticamente significativa, poderosa y singular. Y se trata de la actitud nihilista de una persona que desafía a todo y a todos sin motivo último. Daniel Plainview se nos muestra, desde la impresionante secuencia muda del inicio, como alguien que está dispuesto a hacer lo que haga falta para llevar al éxito una empresa, por descabellada y ardua que sea.
El infernal retrato que nos obsequia el cineasta, con la ayuda del director de fotografía Robert Elswit, es el de una nación forjada a fuego, petróleo y sangre. Una nación plagada de sinvergüenzas que serían capaces de vender su alma el Diablo si no fuera porque la vendieron ya hace tiempo.
El director se aleja de su herencia postmoderna para plasmar esa visión apocalíptica. Aparca la cámara ágil y dinámica de su admirado Scorsese para asentar su discurso sobre una base en la que la sensibilidad no está en los personajes sino en la mirada. Esa rugosa superficie al aire libre y ese delicado acercamiento son los que se vinculan a la obra más lírica y menos nostálgica de John Ford.
Anderson apuesta por un estilo más crudo y feroz, caracterizado por una sobriedad y una quietud que se rompe ocasionalmente por arrebatos de cólera, señales divinas, interpretaciones histriónicas y una banda sonora estremecedora y disonante a cargo de Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead.
En todo este mapa geográfico opera Daniel Plainview, el más hijo de puta de todos, un personaje capaz de inspirar un terror tal que es inútil compararlo con la maldad artificial y de cómic –aunque brillantísimamente creada- de alguien como el reciente Anton Chigurh. La representación de Daniel Day Lewis es la de un monstruo para el que la codicia es el fin, para el que la destrucción del rival es su único placer, para el que los principios y la moral son sólo instrumentos de manipulación y control. Daniel Plainview es el nuevo Dios y nosotros sus feligreses. He terminado.
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