Y los sueños, ¿sueños son?
Por
Ana Rodríguez García
De un tiempo a esta parte, venimos observando con satisfacción cómo un reducido
sector de los escritores contemporáneos dedican su talento imaginativo a renovar
el panorama cinematográfico-literario, con argumentos surrealistas, a menudo
retorcidos en su complejidad, cuya estructura escapa de los cauces de la lógica
anquilosada de la que muchas veces adolecen los guiones actuales. Tal es el
caso del recientemente descubierto guionista Zach Helm (quien firma la estupenda
Stranger than Fiction, de Marc Forster) y sobre todo del oscarizado Charlie
Kaufman, habitual del director francés Michel Gondry (en películas como Olvídate
de mí o Human Nature) y de su colega realizador Spike Jonze
(Being John Malkovich, Adaptation), ambos entusiastas de sus unamunianos
juegos de metaficción.
Michel Gondry
se mete nostálgico en la cama que años atrás dejó en su París natal
(Versalles, 1963), y bien arropado entre sábanas azules con motivos
de camiones, apaga la luz gracias a un sofisticado sistema de su propia
invención, cierra los ojos y sueña con una película. O mejor dicho,
sueña en una película.
En La ciencia del sueño (Le science des rêves) este autor (justamente)
etiquetado como enfant terrible a lo largo de su dilatada carrera creativa
en el terreno audiovisual escribe y dirige un brillante ejercicio de originalidad
que, aun sin constituir su obra maestra (la todavía insuperable Olvídate
de mí, su anterior trabajo, Oscar al Mejor Guión Adaptado en 2005), consigue
una vez más escapar triunfalmente de la dictadura de la realidad objetiva. Para
ello se sirve de la complejidad de los elementos que configuran la mente subconsciente,
retratando la realidad como si de una fantasía de colorida estética naïf se
tratase. Como una película de animación rusa, en palabras de su protagonista,
en la cual el espectador es testigo del juego de experimentación que este mago
de las imágenes rueda frente a la cámara, fotograma a fotograma. Imágenes manufacturadas
a base de cartón, papel, algodón, fieltro o celofán de colores, decorados teatrales
con cierto aire de manualidad infantil que conforman el complejo collage
narrativo que caracteriza la producción audiovisual de este artista.
Y es que Gondry,
como casi todos los niños, tiene mucha imaginación. También la tiene
su alter-ego protagonista, el ilustrador e inventor de artilugios aparentemente
absurdos, el creativo Stephane. Un Gael García-Bernal (cuyas continuas
meteduras de pata en la ficción revelan verdaderas aptitudes para la
comedia) de gestos torpes, irremediablemente enamorado de Stephanie,
(encantadora Charlotte Gainsbourg) su vecina francesa con aspiraciones
artísticas. Ella es la única capaz de comprender los desvaríos de
Stephane a través de este universo onírico que lo envuelve y lo confunde,
no sólo a él sino a todos los que lo rodean. Hasta el punto de distorsionar
la realidad en función de los dictados del subconsciente, puesto que
los sueños sirven como catalizadores del deseo de todo aquello que
nos está prohibido en la vida real.
Cada noche Stephane/Michel se sumerge en el profundo océano de la memoria inconsciente,
buceando entre sus recuerdos obsesivos e incluso las fantasías recurrentes que
le persiguen desde su infancia. Lugares comunes que Gondry revisita continuamente
y que resultarán familiares a los seguidores de su trabajo precedente en el
mundo del videoclip. Desde personas que interactúan en los sueños de otros (celebrado
vídeo el de Everlong que en 1997 realizó para Foo Fighters), pasando
por peleas a manotazo (nunca mejor dicho) limpio, hasta pianos que caen rodando
por las escaleras (presente ya en 1994 en el clip de Lucas with the lid off
de Lucas), ese tipo de cosas.
Gondry se arriesga y acierta experimentando con la estética videoclipera para narrar una
historia de todo menos convencional, permitiéndose licencias hasta
ahora reservadas a este subgénero. Bravo por él.
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