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Spider-man 3

Título

 Spider-man 3

Título original
Spider-Man 3
Dirección
Sam Raimi
Intérpretes
Tobey Maguire
Kirsten Dunst
James Franco
Thomas Haden Church
Topher Grace
Año
2007
Guión
Sam Raimi
Ivan Raimi

 

Sam “Feuillade”

Por Roberto Alcover

Pese a la oficial defunción hace ya unos cuantos lustros de las productoras de serie B, la pujanza de los direct-to-video de la década de los ’80, o de las múltiples producciones que terminan lanzándose hoy en día al vasto mercado del dvd, las salas de cine/productoras no han permanecido ajenas a la proyección/financiación de títulos que disfrazan sus múltiples carencias artísticas con elevados presupuestos. Ejemplos hay muchos, aunque quizás podríamos citar al más famoso: ese delirio pulp enfundado en carcasa de diamantes que se marcó George Lucas con su trilogía-precuela de su saga galáctica, todo un derroche de medios y de economía al servicio de una gran nada cinematográfica, y cuya vigencia a nivel artístico se ha demostrado nula. Con la afirmación anterior no se pretende catalogar a Spiderman 3 (Sam Raimi, 2007) como una película de serie B con presupuesto de A, aunque haya momentos en los que se merezca tal etiqueta. De hecho, si tuviéramos que ajustar nuestra puntería, Spiderman 3 podría considerarse una pieza más –y acaso la más significativa- de lo que en el fondo Columbia, por medio del amigo Raimi, nos lleva vendiendo desde hace ya cinco años: el serial más caro de la historia del cine; una sucesión de entregas en la que, como si fuera una versión ditirámbica y fantasiosa de Dawson Crece (¡ups!), se nos narran las desventuras de un triángulo amoroso -ahora ya cuarteto- todavía anclado en una adolescencia que esta tercera pieza pretende en su epílogo dinamitar.

Ese aroma a serial (¿a cómic?) no sólo se evidencia desde los títulos de créditos iniciales, jalonados por la aparición de breves flashes de los films anteriores con el fin de ensamblar memorias, sino que todos los acontecimientos que afloran estrechan lazos emocionales con sucesos previos, negándole a esta entrega una autonomía de la que sí gozaba –tampoco mucho pero algo más- su segunda parte. Por otro lado, conviene destacar dentro de este gran pastiche el pomposo combate final, que renuncia al memorable sabor operístico del de Spiderman 2 (2004), y lo intercambia por una grandilocuencia sin reservas que se asemeja por su falta de vergüenza a alguna “monster smash” de aquellos decadentes títulos de la factoría de monstruos de la Universal. No obstante, es preciso recalcar que pese al circo de tres pistas montado para la ocasión, la saga sigue manteniendo ese regusto a película de personajes, aunque para los grandes estudios el sentido de la superación vuelva a manifestarse en la aglomeración de efectos digitales, de monstruos y de vicisitudes personales.

Spiderman (2002) era un sencillo largometraje seminal que venía a esclarecer la génesis del superhéroe arácnido a la par que mostraba el proceso de aprendizaje ante la vida de un apocado e ingenuo adolescente. Spiderman 2 nos desvelaba cuáles son los sentimientos de aquellos que observan como nadie valora su trabajo diario. De algún modo, lo que esta sorprendente secuela venía a contarnos era que quienes levantan un país no son los Almodóvares, los Zapateros, o los Casillas, sino millones de currantes anónimos cuya labor pasa totalmente desapercibida para los grandes medios: un ajuste de cuentas evidenciado en ese clímax donde, tras perder su máscara, su anonimato, se descubre que el héroe no es más que un muchacho cualquiera. Spiderman 3 quiere ir un paso más allá para decirnos, en clave superheroica, que esos currantes que comienzan a recoger elogios pueden terminar inmersos en un microcosmos tan egotista que les haga olvidar quiénes son y cuál es el propósito de su misión. Por tanto, podría decirse que si Spiderman 2 es una película proletaria, Spiderman 3 es un film burgués, lo que se hace patente no sólo en la situación emocional de su protagonista, sino también en la manera acomodada, “facilona”, con la que Raimi ha encarado la dirección del film. La nueva entrega se convierte entonces en una suerte de cara B (¿cara oscura?) de la segunda parte, reciclando material y situaciones, pero subvirtiéndolas, dándoles la vuelta, repitiendo estructuras y digresiones humorísticas. Así, la situación de Sam Raimi podría considerarse equivalente a la de Peter Parker/Spidey, convertido ya en icono pop, mediatizado por el ente público y endiosado por sus fans, consciente de su estatus y vegetando en una burbuja psicológica que lo aísla de los conflictos personales del exterior. Por tanto, la aparición del simbionte actúa a modo de proyección de la nueva personalidad arrogante de Peter –alimentada también por ciertos reveses que acontecen durante el largometraje-, lo que da lugar a una muy elemental lectura psicoanalítica: Peter, gracias al simbionte, despierta su personalidad reprimida (su Ello), para terminar luchando contra ella y desplazándola al exterior en la monstruosidad del archiconocido Venom, que se convierte en su otro Yo, en su antítesis materializada en la figura del fotógrafo -como él- rival, Eddie Brock.

Siguiendo el modelo de su predecesora, Spiderman 3 no quiere quebrantar ese frágil equilibrio entre la acción y el desarrollo de sus personajes, aunque sea a costa de reducir a los villanos –en esta ocasión, el Nuevo Duende Verde (Harry Osborn), el Hombre de Arena y Venom- al papel de comparsa dentro de un universo que pertenece en exclusiva a la dualidad Parker/Spiderman, una armonía endeble pero necesaria para una saga que siempre se ha vanagloriado de abarcar ambos frentes. Y así avanza Spiderman 3, a veces segura de sí misma, a veces por el mar de la ortodoxia, del formulismo, legándonos un resultado desigual; por un lado, la sensación de agotamiento (no sólo formal), y por otro la necesidad para el espectador por saber, por conocer, cual será el siguiente capítulo de este lujoso serial, cuya (por ahora) última entrega apenas nos obsequia con una escena para el recuerdo: la génesis, poética a la par que trágica, de un personaje tan desaprovechado como el Hombre de Arena.

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