Quien con niños se acuesta...
Por
Sergio Vargas
Avalada por los premios
más importantes del pasado festival de Sitges (mejor película,
mejor guión, y premio del público), Hard Candy se
presenta como un thriller psicológico de esos en que las cosas
no son lo que parecen. «Cuidado con lo que deseas…»,
nos anuncia la frase promocional. Unos geométricos títulos
de crédito dejan paso al encuentro entre una adolescente de
catorce años (Ellen Page, que aunque en realidad tiene
diecinueve da el pego bastante bien) y un fotógrafo de treinta
y dos (Patrick Wilson) que sirve para representar en una nueva
ocasión la vieja historia del cazador cazado con el ojo por
ojo y la justicia por la mano como telón de fondo.
Hard Candy resulta
una propuesta interesante por cómo deja a la historia
desenvolverse sin prisa desvelando todo con cuentagotas hasta el
desenlace, ganando con ello un continuo aumento de intensidad, un
menos a más que debería ser la premisa de todo
thriller, psicológico o no. Es también valiente en la
medida en que se basa casi exclusivamente en las interpretaciones de
los dos actores en un escenario reducido (durante gran parte del
metraje) y en el guión de Brian Nelson para conseguir todo
eso. Un guión por otra parte bien construido, repleto de
vericuetos y pequeñas pistas, pero a la vez lo suficientemente
calculado y preciso como para no dejar cabos sueltos ni
incongruencias de ninguna clase.
El director David
Slade, que debuta con esta película en el largometraje tras su
experiencia como realizador de videos musicales, deja notar su
práctica en este campo en algunos momentos en que tal vez
abusa de montajes acelerados, a mi entender sin demasiado criterio
pues no le encuentro un objetivo concreto, que convierten la
narración en algo bastante difuso en esos lapsos de tiempo, no
obstante no tan a menudo como para empañar del todo el
resultado final. Cual estigmas que dejan constancia una vez más
del pasado del director, la monocromática fotografía de
la película, rodada casi completamente en tonos fríos
azulados, y el empleo de la cámara digital dotan al filme de
una estética que se ajusta a la historia de una forma bastante
adecuada, sobre todo por aquello del ambiente
“hospitalario”.
No me convence el tono
en que se cuenta, que tal vez requeriría algo más
explícito, y no me refiero únicamente a lo carnal, sino
también a lo visceral, por ejemplo algo más parecido a
Audition, de Takashi Miike, con la que Hard Candy guarda
algunas similitudes temáticas. Algo que no sería
contradictorio con el tono humorístico de la película
(veáse la reciente Hostel, por ejemplo), que lo tiene
casi permanentemente merced a los diálogos entre el aturdido
fotógrafo y presunto pederasta y la inteligente y
presuntamente ingenua y angelical joven. Pero a veces las cosas no
son lo que parecen. A veces sí. Ahí está la
gracia de todo.
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