En el vasto ártico canadiense, el pueblo inuit ha vivido durante generaciones con una leyenda que ahora vuelve a la vida. En un tiempo en el que el mundo de los espíritus y del hombre comparten una paz común, un chamán conjurará un hechizo de oscuridad para dividir a una tribu. Atanarjuat es el objeto de su ira: se apoderará de su mujer, matará a su hermano y lo condenará al exilio. Pero para un auténtico inuit no existen las distancias.
Comentario
Ciertas veces nos llegan a nuestras salas cintas que tienen ya algún que otro año estrenado en el resto del mundo. Lo que hace Karma Films aquí, exhibir una película del 2001 es, eso sí, extremadamente poco común, lo cual no quita para que sea loable, ya que estamos ante una obra que cosechó un enorme prestigio. Se trataba de la primera película rodada en el idioma de los Inuit canadienses, aspecto que el propio director esquimal, Zacharias Kunuk repetiría en 2006 en su segunda y última película por ahora, The Journals of Knud Rasmussen, por supuesto sin estrenar aquí también. El relato épico descansa en la humanidad de una historia centrada en el núcleo familiar, en unas culturas y tradiciones que se pasan de generación en generación por vía oral, convirtiendo la vida en un constante ciclo. “Cuando crecíamos, ésta era un cuento para dormir. Pero cuando la Cristiandad llegó, no nos permitieron ni las danzas con tambores ni contar historias. Después de acoger la televisión y el cable, todo el mundo se agarraba a ellos. Así que allí es donde queríamos estar, para que al final pudiéramos recuperar la narración de historias”, cuenta el director. Las condiciones de rodaje en las que rodó Kunuk y su equipo estuvieron, lógicamente, marcadas por temperaturas extremas de frío, algo que obligó a que el director de fotografía, un neoyorkino que lleva viviendo en igloos con los Inuit desde los 80, buscara formas creativas para realizar tomas habituales como travellings y demás movimientos.
Curiosidades
Dadas algunas escenas de animales, varias asociaciones de prevención de daño a los animales hubieran puesto el grito en el cielo en un rodaje, por ejemplo, hollywoodiense. Cabe decir que los propios Inuit siguieron sus tradiciones, por las que la carne de cada animal que se mató, se comió, y sus pieles se utilizaron a efectos prácticos.