"Es posible que no se
note a primera vista. Es posible incluso que haya que ver la película
dos o tres veces para darse cuenta, pero todo está ahí. La estructura,
el uso de luces y sombras, del espacio y del tiempo; todo está
ahí, casi imperceptible. Es un tipo realmente brillante". Estas
palabras del actor británico Ian Holm definen a la perfección
la sutileza y la dificultad del cine de Atom Egoyan (El Cairo,
1960), un realizador arriesgado, honesto y personal que suele
soportar con estoicismo las críticas que tachan su cine de árido
e incomprensible. Lo cierto es que, a pesar de haber estado incluso
nominado por partida doble a los Oscars por El dulce porvenir
(1997), la figura de Atom Egoyan aún es mayoritariamente desconocida
no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa.
Sin
embargo, junto a David Cronemberg, Atom Egoyan es sin lugar a
dudas el máximo exponente actual del cine canadiense y uno de
los cineastas independientes más importantes de los últimos años.
Nacido en el seno de una familia de emigrantes armenios, Egoyan
llegó a Canadá con apenas tres años. Una vez allí, la adaptación
cultural a su nuevo hogar, siendo aún un niño, y el poder de la
institución familiar armenia frente a las influencias más abiertas
de la sociedad canadiense fueron experiencias que marcarían más
tarde su cine. "Probablemente mi infancia estuvo determinada por
el hecho de vivir en una ciudad donde éramos la única familia
armenia. Tuve que reconstruirme por completo dentro de la cultura
anglosajona. Aprender todos los rasgos y matices de un chico canadiense,
absorberlos. Me hicieron sentir que tenía que ser incluso más
canadiense que los canadienses".
Todas estas experiencias
e inquietudes tomaron forma en su primera película Next of
Kin (1984), donde un joven de clase media finge ser el hijo
que una familia armenia dio en adopción hace años con el único
fin de escapar de su propio hogar deshecho, una parábola sobre
la pérdida y la identidad que colocó a su director en el mapa
del cine canadiense. Pero, aparte de los problemas étnicos, Next
of Kin ya dibujaba otra de las constantes del cine de Atom
Egoyan: su obsesión con la imagen fílmica, con los diferentes
caminos que abre la posibilidad tecnológica de registrar la imagen
y agotarla hasta el infinito.
Este tema volvería a
aparecer en las siguientes películas de Egoyan, Speaking Parts
(1987) y Family Viewing (1989). Pero no sería hasta algo
más tarde cuando entra en juego un tercer elemento imprescindible
para entender su filmografía: la identidad sexual. Probablemente
The Adjuster (1991) sea el filme que mejor mezcla estos
tres ingredientes propios de las películas de Egoyan. Esta historia
sobre los peligros de la obsesión adquiere cariz de advertencia
temprana en una sociedad que, en palabras del propio Egoyan, está
sustituyendo "la legítima búsqueda del placer por la pérdida de
afecto y por un hedonismo asocial". Es un aspecto al que regresaría
algo más tarde en uno de sus filmes más reconocidos, Exótica
(1994), donde la obsesión y la búsqueda del reflejo del placer
en la imagen se encarnan en una sensual bailarina erótica.
Pero,
tras el éxito internacional de Exótica la carrera de Atom Egoyan
dio un nuevo giro. "Sentía que había llegado tan lejos como podía
llegar. Tenía miedo de parodiarme a mi mismo. Fue un momento realmente
confuso; quería sorprenderme y superar mis propias expectativas.
Después de un cierto tiempo te identificas con un estilo con una
forma de acercarte a las cosas. Yo quería ofrecer algo nuevo".
El dulce porvenir fue su apuesta. Se trataba de la adaptación
de una novela de Russell Banks en la que se narraba una historia
a dos bandas: la de un pequeño pueblo sacudido por un accidente
de autobús donde mueren 20 niños y la de un abogado que ha perdido
a su hija en el tenebroso mundo de las drogas. La nueva orientación
del cine de Egoyan se confirmaría después con El viaje de Felicia
(1999), una nueva adaptación literaria, esta vez en el terreno
del "thriller" psicológico y para la que el realizador abandonó
por primera vez Canadá, ambientando la cinta en el Reino Unido.
Ahora, con diez largometrajes
a sus espaldas y una amplia experiencia como director, guionista
y productor, Atom Egoyan regresa con la que quizás sea su cinta
más personal, Ararat (2003), una reflexión cinematográfica
sobre un hecho histórico concreto: la muerte de un millón y medio
de armenios a manos turcas en 1915, durante la Primera Guerra
Mundial. "Esta película es una lucha contra la impunidad y contra
el olvido. Tantas muertes no pueden quedar en silencio y, a día
de hoy, prácticamente nadie conoce lo que pasó en Armenia durante
ese periodo. Hasta Hitler llegó aludir a este capítulo para demostrar
que, con el paso del tiempo, nadie recordaría nada de sus atrocidades".
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