Dos mujeres están en la estación
de esquí de Catskills y una de ellas le dice a la otra:
"La comida aquí es realmente terrible". La otra
responde: "Sí, ya lo sé, y además...
las raciones son tan pequeñas". Este pequeño
chiste contado por Woody Allen mirando a cámara es el punto
de partida de todo un clásico de la historia del cine,
Annie Hall, que vio la luz hace ahora veinticinco años,
concretamente el 20 de abril de 1977.
Alvy Singer es una
de esas personas que, como decía Groucho Marx (o Sigmund
Freud, según Woody Allen), jamás pertenecerían
a un club que les admitiera como socios, un tipo neurótico,
pesimista y sin la menor autoestima. Hasta que conoce a Annie
Hall, que no sólo está dispuesta a ingresar en los
clubs a los que él pertenezca sino también a compartir
su vida. Las idas y venidas de su relación dan lugar a
la comedia romántica con más encanto de la historia
del cine.
Annie Hall supone además un punto
de inflexión en la carrera como director de Woody Allen,
que había comenzado apenas ocho años antes con Toma
el dinero y corre. Por primera vez Allen ya no es el cómico
ocurrente capaz de sacrificarlo todo por conseguir una carcajada;
por el contrario, en Annie Hall combina con maestría
los elementos humorísticos y los dramáticos, algo
que proporciona a su cine una dimensión completamente nueva.
En los años sucesivos llegarían algunas de sus películas
más conocidas y admiradas, como Manhattan (1979),
La rosa púrpura de El Cairo (1985) Hannah y sus
hermanas (1986) o Delitos y faltas (1989).
Además, en Annie Hall aparecen por
primera vez muchos de los temas recurrentes en su filmografía,
que con el paso del tiempo han pasado a convertirse en la quintaesencia
de su cine. Así, Nueva York se integra como un personaje
más en la historia de amor entre Woody Allen y Diane Keaton,
que se rompe definitivamente una vez que ella decide trasladarse
a Los Ángeles. La familia, el sexo, el judaísmo,
los problemas de pareja, el psicoanálisis, el cine, el
divorcio op el poder redentor del arte frente a la realidad también
se configuran como elementos esenciales de Annie Hall.
Todo
ello bañado por la misma postura vital de pesimismo matizado
que recorre toda la trayectoria como cineasta de Woody Allen,
un Alvy Singer capaz de dividir la realidad entre lo terrible
y lo miserable pero acto seguido admitir la suerte que supone
conocer a personas tan maravillosas como Annie Hall. Un Woody
Allen que años después, en Hannah y sus hermanas,
encontraría las fuerzas para salir de una depresión
viendo una de esas antiguas películas de los hermanos Marx.
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