Hace unas semanas asistí a un insólito y muy privado
homenaje madrileño al actor Aldo Sambrell y al director Jesús
Franco, ambos entregados desde hace muchos años al cine caspa,
lo que no deja de ser una lástima porque Sambrell, a pesar de
que sus intervenciones cinematográficas normalmente han sido breves,
posee títulos estimables en su copiosa filmografía (La muerte
tenía un precio, El viaje fantástico de Simbad, El perro...)
y la de Franco no está exenta de interesantes producciones (El
secreto del Doctor Orloff, Necronomicón...) En el excéntrico
acto, organizado por un freak catódico, se dieron cita algunos
actores que han trabajado con o para los discutiblemente laureados.
Jesús
Franco, cuya obra abarca cientos de títulos de todos los gustos
y colores, ha dirigido a nombres tan importantes como Christopher
Lee, Klaus Kinski y Howard Vernon, entre otros. Actores y actrices
españoles tan conocidos como Fernando Rey, Terele Pávez y Santiago
Segura han trabajado también para él. No obstante en los últimos
treinta años los intérpretes fetiches de Franco han sido y son
Lina Romay -su desvergonzada esposa- y Antonio Mayans, que se
han embarcado con él en un sinfín de cintas eróticas y pornográficas,
tal es la decadencia del otrora curioso cineasta. Precisamente
este agosto hará treinta y dos años de la muerte de una de las
primeras musas eróticas de Jesús Franco: la sevillana Soledad
Miranda, conocida internacionalmente como Susan Korda. Aunque
la malograda actriz ya había rodado más de una veintena de películas
antes de convertirse en el mito sensual de la Europa setentera,
fue Jesús Franco, con el que ya había trabajado en La reina
del Tabarín (1960), quien la convirtió en una pequeña estrella
de un género que en España sufría las zarpas de la censura de
otro Franco más puritano y al que afortunadamente le quedaba poca
mecha.
Soledad Miranda, nacida en 1943 con el nombre
de Soledad Rendón Bueno, tuvo una formación de cante, baile, declamación
e idiomas, entre otras cosas. Con tan sólo diecisiete años debutó
a las órdenes de José María Elorrieta en La bella Mimí
(1960), con quien volverá a coincidir en Canción de cuna (1961).
Trabajó a las órdenes de directores típicamente nacionales, como
Pedro Lazaga, Fin de semana (1962) y Eva 63 (1963);
Juan de Orduña, Bochorno (1962); Mariano Ozores, Las
hijas de Elena (1963); Fernando Palacios, La familia y
uno más (1965); Rafael Gil, Currito de la Cruz (1965)
y Es mi hombre (1965), y Javier Aguirre, Soltera y madre
en la vida (1969); y también estuvo en algunas de las malas
coproducciones que se venían rodando en aquella época: Sugar
Colt (1966) de Franco Giraldi, Cervantes (1967) de
Vicent Sherman, Los cien rifles (1968) de Tom Gries y Cañones
para Córdoba (1968) de Paul Wendkos.
A finales de los sesenta rueda su segunda película
con Jesús Franco, una versión del Drácula de Bram Stoker titulada
El conde Drácula, con Christopher Lee repitiendo el papel
que le hizo famoso gracias a Terence Fisher y la Hammer. A partir
de aquí comenzará su transformación en morbosa y sensual chica
Franco. Su siguiente película con éste será Eugenie (1970),
con influencias de Sade. Las cinco películas que rodó posteriormente,
todas ellas de 1970 y con Jesús Franco, son Las vampiras,
Sex Charade, Les Yeux de la nuit, El diablo que
vino de Akasawa y Sie Töte in Ekstase. Ligera de ropa
en todas ellas, Soledad Miranda, sobrina de Paquita Rico, se convirtió
así en el objeto de deseo de muchos europeos que la conocieron
con el nombre más comercial de Susan Korda. Ese mismo año, cuando
su relativo éxito empezaba a despuntar, un accidente de tráfico
acabó con su vida en Lisboa. Así su sensualidad y erotismo dejó
paso a la chabacanería de la ya mencionada Lina Romay -o Candy
Coster o Lulú Laverne o Rosa María Almirall-.
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