Por
Juan Antonio Bermúdez
El cine bélico estadounidense conoce una etapa
de reflorecimiento gracias a una supuesta transgresión realista
de las escenas de combate que nutre a películas como Salvar
al soldado Ryan o Pearl Harbor. En esa delgada línea
roja (aunque más allá del juego de palabras el filme de Terence
Malick es otra cosa bastante más digna), Windtalkers juega
también a "humanizar" a unos héroes que tiemblan o sufren apnea
y se explaya sobre todo en la crudeza de la guerra en primer
plano, en cadáveres que vuelan destrozados por inesperadas explosiones
que crepitan en el dolby, en un pacto estético con el demonio
del gore que pretende que mientras más sea el número de amputaciones,
destripamientos y decapitaciones que se muestren mayor es la
conciencia pacifista. Una asquerosa patraña.
De
aquí derivan casi todos los defectos de Windtalkers,
tan abundantes y tan imperdonables que acaban arruinando un
argumento inédito y por eso a priori interesante: el
relato de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial desde
el punto de vista de los indios norteamericanos, dobles víctimas
de un aparato militar que los utilizó como cobayas programadas
en el servicio de comunicaciones del ejército.
Unos aceptables personajes que evolucionan desde
el fervor a la duda (con un Nicholas Cage algo pasado de rosca
en su hierático ardor guerrero, desafiante y escéptico a la
vez) acaban infectados por esa estética macarra y macabra de
la acción que tan buenos resultados de taquilla le garantiza
siempre a John Woo, arrastrados por una corriente patriótica
y sangrienta que termina lavando sus conciencias sucias y otorgándoles
licencia para matar ("esto no es una democracia, sino un campamento
de los marines" asevera orgullosamente un personaje).
Y lo que así se cuenta, al fin y al cabo, es
otra historia de hombres que pierden sus creencias y hasta su
viril bravura en esa bajada al infierno que es la guerra, pero
que acaban recuperando las dos cosas en el momento crucial,
en esa patética cumbre (previsible desde que comienza la película)
en la que el héroe maldito se agarra los machos y oficia una
obscena (y en este caso explícita) profesión de fe.
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