Por
Francisco Javier Pulido
Tras ver la última película en
llegar a nuestras pantallas del director portugués Manoel de
Oliveira uno se queda con la misma sensación que tras ver La
inglesa y el duque de Rohmer. Se trata en ambos casos de
obras primorosas de directores de avanzada edad y de dilatada
carrera a sus espaldas que, sin embargo, huyen de posiciones
acomodaticias.
No
es sólo que busquen reinventar y dinamitar desde dentro las
propias convenciones del lenguaje cinematográfico, es que dan
lecciones constantes de construcción/deconstrucción de las normas
establecidas a la generación Dogma, dejando de paso a la altura
del betún a los fuegos de artificio que se nos suelen vender
con la etiqueta de cine experimental.
Vuelvo a casa es pues, una
nueva pirueta estilística arriesgada que busca redefinir al
propio cine en la mayoría de sus fotogramas y que para colmo
cuenta con un reparto en el que aparecen nombres del calado
de Catherine Deneuve o Michel Piccoli. Esta intención de subvertir
los tópicos del cine aparece desde el principio de la proyección.
Asistimos a la representación de El rey ha muerto de
Eugene Ionesco durante más de diez minutos en los que el protagonista,
el actor Gilbert Valence, prodigiosamente interpretado por Piccoli,
suplica en su canto de cisne final que su muerte traiga consigo
la inmortalidad, perpetuarse hasta el fin de los tiempos. Mientras,
tres personajes esperan entre bambalinas a Valence para anunciarle
la muerte en accidente de tráfico de su mujer, su hija y el
marido de esta, en una secuencia, por cierto, de impecable factura.
Minutos antes, en la obra de Ionesco,
el rey era fulminado con la frase: "Ya no tienes palabra". Como
si la ficción y la realidad estuvieran entremezcladas, durante
un cuarto de hora no escuchamos la voz del propio Valence, que
vagará ya tocado de muerte en una pendiente hacia abajo imperceptible
a simple vista y a la que afortunadamente se ha privado de todo
exceso melodramático, y es que no hay peor angustia que la que
no se es capaz de expresar. Una lenta bajada a los infiernos
(que no es novedad en el cine de Oliveira) en la que el personaje
va rechazando las opciones que le podrían aportar algo de esperanza.
La no-existencia de Valence se
va consumiendo así en espirales, a través de la ritualización
obsesiva de actos cotidianos que esconden el miedo a que cada
vez sea la última. La vida, simbolizada en la joven actriz a
la que rechaza, en las ofertas de su representante artístico
que probablemente le otorgarían mayor notoriedad y que sin embargo
denigra, reclama su puesto en la figura de su nieto, su única
conexión con el mundo, y al que le entrega el cetro en una escena
silenciosa y significativa. Previamente, había aceptado un papel
en una adaptación del Ulises dirigida por un John Malkovich
sobreactuado, un papel que se adapta más a su profunda ética
de actor de casta. La imposibilidad de recordar su parte del
guión es la puntilla definitiva para el personaje interpretado
por Piccoli que, literalmente, desaparece del plano bajo la
atónita mirada del nieto.
Vuelvo a casa es en suma
una obra en la que los silencios tienen casi más que decir que
las palabras, en la que tras una apariencia más o menos amable
discurren preocupaciones vitales de calado universal y que,
al igual que sucedía en muchos de los títulos de la Nouvelle
Vague francesa, requiere del espectador una predisposición
a escarbar más allá de la superficie.
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