Por
Juan Antonio Bermúdez
Pope de la Nouvelle Vague, inaugurada
con su ópera prima París nos pertenece (el filme que
Antoine Doinel va a ver con sus padres en Los cuatrocientos
golpes), Jacques Rivette guarda lealtad a la rica insolencia
de aquella ola nueva y sobre todo mantiene una envidiable fidelidad
a sus obsesiones que no le ha impedido crecer rejuveneciendo
y sin repetirse.
Con
regla propia, sin ceder al chantaje patronal de los noventa
espectaculares minutos, Rivette ha desarrollado su espaciada
carrera sobre el fondo y la trama del teatro, como contexto
(y pretexto) para sus pesquisas acerca de la realidad y la ficción,
la verdad y la mentira. Una representación dentro de la representación
(Come tu mi vuoi, drama de Luigi Pirandello) es aquí
la metafórica excusa argumental que cruza las vidas de seis
personajes adoptados y admirablemente retratados por un autor,
Rivette, que tiene ese don divino de acotar un territorio autónomo
y hacer creíble en él lo inverosímil, de convertir el sueño
en vida. Las dos horas y media de Vete a saber se ven
así con interés creciente gracias a las inteligentes vueltas
que van dándole volumen al inevitable presente plano desde el
que llegamos a unos protagonistas deliciosamente atractivos.
Crecen los personajes sobre interpretaciones
excepcionales (especialmente memorable el dúo formado por la
enigmática y distante Jeanne Balibar y el histriónico Sergio
Castellito) como imitando el ritmo misterioso del azar al que
evolucionan las relaciones, la trampa y la certeza que vamos
desvelando en cada abrazo, los perfiles con los que nos vamos
completando en cada mirada especular del otro, de los otros.
Crece la anécdota mínima, la escala en París
de una compañía italiana cuyas dos primeras estrellas viven
un romance trastornado por la ciudad, el pasado y los intereses
particulares de cada uno, en las ramificaciones de un guión
portentoso en sus caprichos y de una deslumbrante elocuencia
digna de la mejor tradición charlatana del cine francés.
Crece, sostenida en un aparejo dramático básico,
austero hasta la penumbra, la revolucionaria dialéctica de la
esperanza, esa humana capacidad de reírse al filo del precipicio,
en un final luminoso de comedia clásica, herencia y homenaje,
una vez más, del teatro, al teatro.
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