Por David
Montero
Afirmaba un columnista en un artículo
reciente que uno de los signos inequívocos de que alguien
comienza a aventurarse por los caminos de la irrealidad es que
suele hablar de sí mismo en tercera persona. Ya saben,
un futbolista de éxito asegura: "Rivaldo permanecerá
en el Barcelona" o el viejo dictador chileno se planta delante
de sus enardecidos seguidores y les tranquiliza "Pinochet
no va a ir a la carcel". Entonces parece que el personaje
supera a la persona y que se acepta, con secreto regocijo además,
que quien todos piensan que eres es incluso más importante
que quien en realidad eres.
Este
mundo irreal, construido a la medida de una sola persona, y su
confrontación con la dureza de la existencia cotidiana
conforman el escenario en el que se desarrolla Vatel, una
fábula ideada por Roland Joffé que cuenta en esta
ocasión con la colaboración del afamado escenógrafo
inglés Tom Stoppard. François Vatel es el leal sirviente
del Príncipe de Condé, un arruinado aristócrata
que pretende recuperar el favor de Luis XIV. La visita del rey
de Francia a Chantilly, a la residencia de Condé, supone
la oportunidad idónea para agasajar al monarca. En esos
días todo tiene que ser perfecto, las celebraciónes
deben impresionar la Rey Sol hasta tal punto que éste ponga
a Condé al frente de las tropas francesas en el inminente
conflicto con los holandeses. Los ojos se vuelven entonces hacía
el maestro de ceremonias Vatel que se mueve en un difícil
equilibrio entre ambos mundos. Para colmo, Vatel resulta seducido
por la jovén cortesana, Anne de Montausier.
La película está
rodada en dos niveles distintos: el piso de arriba, es decir,
el poder, los halagos y las fiestas desenfrenadas, donde los temas
de más relevancia se deciden por filias y fobias absurdas;
y, por otro lado, los sótanos, en los que sirvientes y
proveedores pasan grandes apuros económicos y donde algunos
de ellos dan incluso su vida a cambio de proporcionar al monarca
las más extravagantes diversiones. Sin embargo, las reflexiones
que plantea el filme se exponen de forma simple y reiterativa,
trayendo a la memoria un filme mucho más acertado en estos
aspectos como fue Ridicule de Patrice Leconte.
Especializado en películas
de época, tras los éxitos como La Misión,
a mediados de los ochenta, y más tarde con La Letra
Escarlata, el cineasta y productor francés Roland Joffé
saca en Vatel buen partido de las interpretaciones de Gerard
Depardieu, Uma Thurman y Tim Roth, que encarna aquí al
malvado e intrigante Marques de Lauzun. Joffé logra un
filme interesante, que exhibe un estilismo cuidado hasta el extremo,
pero que también avanza torpemente, a empellones, al ritmo
que le impone el talento del trío protagonista. Esto lo
convierte el pólvora mojada, en un título que promete
mucho más de lo que en realidad da.
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