Por
Manuel Ortega
Hace unos años nació de las mentes del ya veterano
James L. Brooks (creador de mitos universales como "Cheers"
o "Los Simpsons") y del guionista casi debutante Mark
Andrus un mítico y universal personaje llamado Melvin Udall
que representaba de manera puntillista y cínica a cierto estereotipo
de escritor tronado y tronador, misántropo y desagradable, insoportable
e imprescindible a parte iguales, a pesar de que sus actitudes
devenían en verdadero recital de mal/buen (táchese la que no
proceda) gusto e incorrección política tan imprescindible en
esto tiempos de castidad mental. Pero la cosa no puede seguir
así, a Mr. Scrooge siempre le tiene que acabar gustando la navidad
por cojones. Todo el vitriolo se convierte en una suerte de
mantequilla o vaselina que nos dilata, hasta hacerlo imperceptible
(como no percibimos en su longitud el mundo, el cielo o el mar),
nuestro sentido del pensar ridículo, de la satisfacción ridícula,
del sentir ridículo. A Mejor... imposible le pasaba lo
mismo que a esta película, que para ser mejor hubiera bastado
con hacer un cortometraje de media hora
Will
Freeman (ridículo nombre aparentemente simbólico-alegórico)
al principio es como si Melvin Udall fuera tan joven, educado
y seductor que pudiera interpretarlo, por poner un ejemplo,
Hugh Grant. Luego el hombre libre, y fonéticamente casi salvaje,
se transforma en un ser inocuo que pierde la libertad y la dignidad
cuando un insoportable niño freakie, hijo de madre soltera
y suicida, le haga ver lo importante que es la integración alienante
dentro de una especie que necesita la procreación y la contribución
de todos y cada uno de sus miembros. Un papel perfecto para
que lo interprete, por poner un ejemplo, Hugh Grant.
Tras la humilde pero vibrante Fuera de juego
y la divertida y elocuente Alta fidelidad, Nick Hornby,
el autor británico de la década de los noventa, vuelve a la
actualidad de las pantallas con la adaptación de su tercera
novela. Si la primera fue un sincero homenaje autocrítico a
los aficionados al fútbol y nuestros problemas para saber compaginar
ésta con nuestra relaciones afectivas y la segunda se nos presentaba
como una odisea musical por las dádivas y cuitas que el (des)amor
y sus circunstancias nos hace vivir, en About a Boy (publicado
con el horrible título de Erase una vez un padre...,
por ediciones B en 1999) lo que en Hornby era como siempre,
hiriente, necesaria hiel se torna aquí por arte de birlibirloque
en sacarina indolente, fútil, vana. Y una lectura rápida y atenta
de la novela confirma que los hermanos Weitz, podrían seguir
mejor con los American Pie, y dejar el cine de adultos
(y la novelas de adultos, el mundo de adultos, a los adultos)
tranquilamente con los adultos. Sin llegar a la auténtica barrabasada
que realizo el , por fortuna, fracasado Marek Kanievska con
la novela de Breat Easton Ellis Menos que cero en la
ínclita Golpe al sueño americano, donde se subvertían
, se pervertían y se le daba a la vuelta a todo lo concebido
por el "enfant terrible" de la novela norteamericana contemporánea,
Un niño grande le hace un flaco favor a Hornby y a ese
mundo tan cercano y sencillo que lo han hecho líder de ventas
(parece que estoy hablando de un coche).
Poco más o nada más en una película que empieza
con una explosión y acaba pidiéndonos perdón por ella.
|